Abdel Rahman Al Mozayen - 1988 - Niños y niñas de la Intifada

El así llamado “Eje de la Resistencia”: ¿cuál es el camino para la liberación de Palestina?

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[Publicado originalmente en Tempest Mag. Traducción de Pablo Abufom Silva.]

El acuerdo de alto el fuego entre Hamás e Israel, que ha llevado a cabo una guerra genocida contra los palestinos en Gaza durante más de un año, plantea cuestiones estratégicas para la lucha de liberación palestina y para quienes se solidarizan con ella. Hasta ahora, la estrategia dominante ha sido cultivar una alianza con el llamado «Eje de la Resistencia» de Irán para respaldar los ataques militares contra Israel, pero esa red ha sufrido reveses devastadores por el poder combinado de Israel y Estados Unidos.

Los repetidos asesinatos de líderes iraníes por parte de Israel y los ataques directos contra el propio Irán han puesto de manifiesto las debilidades y los desafíos a los que se enfrenta Irán en la región. La brutal guerra de Tel Aviv contra El Líbano dañó significativamente a Hezbolá, la joya de la corona del Eje de Irán, y castigó colectivamente al pueblo libanés, en particular a la base de Hezbolá en la población chiíta del país. La caída del otro aliado regional cercano de Irán, Bashar al-Assad, ha debilitado aún más al Eje. Solo los hutíes en Yemen han sobrevivido relativamente intactos al ataque.

Por supuesto, Israel no ha logrado sus principales objetivos en Gaza de destruir a Hamás y limpiar étnicamente a la población, y ha sido desacreditado y deslegitimado a nivel mundial como un estado genocida, colonial y de apartheid. Sin embargo, la estrategia de resistencia militar a Israel basada en el apoyo del Eje ha mostrado sus limitaciones, si no su incapacidad, para lograr la liberación. Entonces, ¿qué hemos aprendido sobre el Eje? ¿Cuál es su futuro? ¿Qué piensan las masas de la región del Eje? ¿Cuál es la alternativa a la estrategia militar contra Israel? ¿Cómo debería posicionarse la izquierda internacional en estos debates estratégicos?

Orígenes y desarrollo del llamado «Eje de la Resistencia» de Irán

En la década de 2000, el régimen iraní expandió su influencia en Medio Oriente, principalmente a través de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC). Aprovechó la derrota sufrida por EE. UU. y sus aliados en su llamada Guerra contra el Terrorismo en Medio Oriente y Asia Central. La ambición de George Bush de cambiar el régimen regional se vio bloqueada por la resistencia a la ocupación estadounidense de Irak y Afganistán. Irán se aseguró aliados con los diversos partidos y milicias fundamentalistas islámicos chiíes de Irak y sus representantes en las instituciones estatales, convirtiéndose en la potencia regional más influyente del país.

Irán también aumentó su influencia en el Líbano principalmente a través de su alianza con Hezbolá, que ha ganado popularidad tras su resistencia a la guerra de Israel contra El Líbano en 2006. Desde mediados de la década de 1980, Teherán ha apoyado a Hezbolá, proporcionándole financiamiento y armas. En la década de 2010, el régimen iraní también fortaleció sus relaciones con otras organizaciones de la región, en particular el movimiento hutí en Yemen, especialmente después de la guerra de Arabia Saudí contra el país en 2015. Desde entonces, Irán ha proporcionado apoyo militar a los hutíes. Además, Teherán estableció una estrecha alianza con Hamás en los territorios palestinos ocupados.

La alianza regional de Irán alcanzó su punto álgido a finales de la década de 2010 con Hezbolá dominando la escena política en El Líbano, las milicias iraquíes afirmando su poder, las propias fuerzas de Irán combinadas con las de Hezbolá respaldando la contrarrevolución de Assad en Siria, y los hutíes asegurando una tregua con Arabia Saudí. Los IRGC han sido el principal agente en la consolidación del Eje. Son, en cierta medida, un estado dentro del estado en Irán, que combina fuerza militar, influencia política y control sobre un sector importante de la economía nacional. Ha llevado a cabo intervenciones armadas en Irak, Siria y Líbano.

Buscar el poder regional, no la liberación

Irán ha estado tratando de lograr un equilibrio de poder regional contra Israel y Estados Unidos, así como de perseguir sus propios objetivos militares y económicos en la región. El régimen considera cualquier intento de desafiar su influencia en Irak, Líbano, Yemen y la Franja de Gaza, ya sea desde abajo por parte de fuerzas populares o desde Israel, otras potencias regionales y EE. UU., como una amenaza a sus intereses. Su política está totalmente impulsada por sus intereses estatales y capitalistas, no por algún proyecto liberador.

Irán y sus aliados en el Eje se oponen no solo a otras potencias antagónicas, sino también a las luchas populares por la democracia y la igualdad. El régimen iraní niega a sus trabajadores los derechos básicos de sindicalización, negociación colectiva y huelga.

Esto explica por qué Irán y sus aliados en el Eje se oponen no solo a otras potencias antagónicas, sino también a las luchas populares por la democracia y la igualdad. El régimen iraní niega a sus trabajadores los derechos básicos de sindicalización, negociación colectiva y huelga. Reprime cualquier protesta, arrestando y encarcelando a disidentes, decenas de miles de los cuales languidecen como presos políticos en las cárceles del país. El régimen ejerce una opresión nacional sobre los kurdos y los habitantes de Sistán y Baluchistán, provocando repetidamente su resistencia, la más reciente en 2019. También somete a las mujeres a una opresión sistemática, creando las condiciones intolerables que desencadenaron el movimiento de masas «Mujer, vida, libertad» en 2022.

Teherán también se opone a las protestas populares contra sus aliados del Eje. Condenó las protestas masivas en El Líbano e Irak en 2019, alegando que Estados Unidos y sus aliados estaban detrás de ellas para propagar «inseguridad y descontento». En Siria, Irán suministró a sus fuerzas, combatientes de Afganistán y Pakistán, y militantes de Hezbolá como tropas terrestres, mientras que Rusia movilizaba su fuerza aérea para respaldar la brutal contrarrevolución de Assad contra el levantamiento democrático en 2011.

Los aliados de Irán en el Eje también han aplastado los movimientos populares. En el Líbano, Hezbolá ha colaborado con el resto de los partidos gobernantes del país, a pesar de sus desacuerdos, en la oposición a los movimientos sociales que han desafiado su orden sectario y neoliberal. Por ejemplo, se unieron contra la Intifada libanesa de octubre de 2019. El líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, afirmó que el levantamiento fue financiado por potencias extranjeras y envió a miembros del partido a atacar a los manifestantes.

En Irak, las milicias y los partidos aliados con Irán, como las Unidades de Movilización Popular, han reprimido las luchas populares. Lanzaron una violenta campaña de asesinatos y represión contra manifestantes civiles, organizadores y periodistas, matando a varios cientos e hiriendo a varios miles. Tanto Hezbolá como las milicias iraquíes justificaron su represión de las protestas en 2019 alegando que eran títeres de potencias extranjeras. En realidad, se trataba de la expresión de personas afligidas que luchaban por demandas legítimas para reformar sus países, y no de la ejecución de una agenda oculta de otro Estado. Por eso los activistas levantaron consignas como «Ni Arabia Saudí, ni Irán» y «Ni EE. UU., ni Irán».

A decir verdad, Irán no es un opositor con principios o coherente del imperialismo estadounidense. Por ejemplo, Irán colaboró con el imperialismo estadounidense en sus invasiones y ocupaciones de Afganistán e Irak. Irán tampoco es un aliado fiable de la liberación palestina. Por ejemplo, cuando Hamás se negó a apoyar al régimen de Assad y su brutal represión de la revuelta siria en 2011, Irán cortó su ayuda financiera al movimiento palestino.

Eso cambió después de que Ismael Haniya reemplazara a Khaled Meshaal como líder de Hamás en 2017, restableciendo relaciones más estrechas entre el movimiento palestino, Hezbolá e Irán. Pero las divisiones entre Irán y los palestinos persisten, especialmente con respecto a Siria. Gran parte de los palestinos en los territorios ocupados y en otros lugares celebraron la caída de Assad, aliado de Irán, quien era ampliamente visto como un tirano asesino y enemigo de los palestinos y su causa.

Además, la alianza de Hamás con Irán ha sido criticada por sectores de palestinos en Gaza, incluso por aquellos cercanos a la base de Hamás. Por ejemplo, un grupo de palestinos derribó una valla publicitaria en la ciudad de Gaza en diciembre de 2020 con un retrato gigante del difunto general Qassem Soleimani, que había comandado la Fuerza Quds de Irán, pocos días antes del primer aniversario de su muerte. El ataque aéreo de Washington que mató a Soleimani en Bagdad en 2020 fue condenado por Hamás, y Haniyeh incluso viajó a Teherán para asistir a su funeral.

Estos grupos de palestinos denunciaron a Soleimani como un criminal. Varios otros carteles y pancartas con el retrato de Soleimani también fueron destrozados. En un solo vídeo, un individuo llamó al líder iraní «asesino de sirios e iraquíes».

Todo esto demuestra que Irán y sus aliados han desempeñado un papel contrarrevolucionario en varios países de la región, oponiéndose a las protestas populares por la democracia, la justicia social y la igualdad. Nunca fueron un Eje de la Resistencia, sino una alianza comprometida con la autoconservación de sus miembros y la afirmación de su poder regional.

«El eje de la moderación»

Esta realidad se vio confirmada por la respuesta de Irán al ataque de Hamás del 7 de octubre y a la guerra genocida de Israel en Gaza. Aunque el régimen iraní afirmó su apoyo a Hamás y a los palestinos, trató constantemente de evitar una guerra generalizada con Israel y Estados Unidos por temor a su supervivencia en el poder. Por ello, Irán restringió sus respuestas a los repetidos ataques de Israel contra objetivos iraníes y de Hezbolá en Siria y a los asesinatos de altos funcionarios iraníes, incluso en el propio Irán.

Teherán intentó inicialmente presionar a Estados Unidos ordenando a las milicias proiraníes en Irak y Siria que atacaran las bases estadounidenses en Siria, Irak y, en menor medida, Jordania. Sin embargo, tras los ataques aéreos estadounidenses de febrero de 2024, Irán redujo estos ataques al mínimo. Solo los hutíes de Yemen siguieron atacando barcos comerciales en el mar Rojo y lanzando algunos misiles contra Israel.

Irán llevó a cabo operaciones militares directamente contra Israel por primera vez desde el establecimiento de la República Islámica de Irán en 1979, pero siempre de manera calculada y diseñada para evitar cualquier confrontación generalizada. Cada intercambio entre las dos potencias lo demuestra. En abril de 2024, Irán lanzó la Operación Promesa Verdadera en respuesta al ataque con misiles de Israel contra la embajada iraní en Damasco el 1 de abril, que mató a dieciséis personas, entre ellas siete miembros de los IRGC y el comandante de la Fuerza Quds en el Levante, Mohammad Reza Zahedi.

Antes de tomar represalias, Irán avisó a sus aliados y vecinos con 72 horas de antelación para que tuvieran tiempo de proteger su espacio aéreo. Ante esta advertencia, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos ayudaron a neutralizar el ataque compartiendo información con Israel y Estados Unidos. Los gobiernos saudí e iraquí también permitieron que los aviones de reabastecimiento de la Fuerza Aérea de Estados Unidos permanecieran en su espacio aéreo para apoyar a las patrullas estadounidenses y aliadas durante la operación.

Solo después de todo esto, Irán lanzó trescientos drones y misiles contra Israel, pero este ataque fue en gran medida simbólico y calculado para evitar causar daños reales. Los drones tardaron horas en llegar a su destino y fueron fácilmente identificados y derribados. Es importante destacar que Irán no pidió a sus aliados como Hezbolá que se unieran a su ataque. Después de la operación, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán declaró que no se planeaba ninguna otra acción militar y que «daba por cerrado el asunto».

En otras palabras, Irán llevó a cabo el ataque principalmente para salvar las apariencias y disuadir a Israel de continuar su ataque contra el consulado iraní en Damasco. Al hacerlo, el régimen iraní dejó claro que quería evitar una guerra regional con Israel y, especialmente, cualquier confrontación directa con Estados Unidos. Irán actuó principalmente para protegerse a sí mismo y a su red de aliados en la región.

Teherán lanzó entonces un segundo ataque de casi 200 misiles contra Israel el 1 de octubre para «vengar» los asesinatos de Hassan Nasrallah en El Líbano y del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán. Aunque esto fue sin duda una escalada por parte de Irán, estaba totalmente diseñado para evitar la pérdida de su credibilidad entre sus aliados y sus partidarios libaneses de Hezbolá. Una vez más, el ataque fue limitado y se llevó a cabo de tal manera que se minimizara la confrontación con Israel y Estados Unidos.

Fue tan poco convincente como elemento disuasorio que el 26 de octubre Israel lanzó tres oleadas más de ataques contra los sistemas de defensa aérea de Irán, alrededor de los sitios de energía y las instalaciones de fabricación de misiles. Tel Aviv también había querido bombardear los sitios nucleares y petroleros iraníes, pero fue frenado por Estados Unidos. Varios países árabes, con los que Israel mantiene relaciones directas o indirectas, también se negaron a permitir que los bombarderos y misiles israelíes sobrevolaran su territorio. No obstante, los ataques revelaron la vulnerabilidad de Irán.

Sus aliados regionales quedaron igualmente expuestos tanto en su debilidad como en su contención ante la guerra genocida de Israel. Aunque Hezbolá lanzó ataques contra el norte de Israel, estos fueron de nuevo limitados y en gran medida simbólicos. E Israel hizo frente a su amenaza. Respondió con un brutal ataque terrorista de Estado detonando localizadores manipulados que llevaban los cuadros de Hezbolá, matando a un número incalculable de civiles en el proceso. También lanzó una brutal guerra en el sur del Líbano, diezmando a Hezbolá como fuerza militar y castigando colectivamente a sus partidarios en la población chií. Como resultado, Hezbolá se ha debilitado considerablemente.

Además, Irán perdió a su otro aliado clave, el régimen de Assad en Siria, cuando un grupo de fuerzas derrocó su régimen casi sin luchar. Assad nunca fue un aliado de la lucha de liberación palestina. Su régimen había mantenido la paz en sus fronteras con Israel y, en su guerra contrarrevolucionaria en Siria, atacó a los palestinos en el campo de refugiados de Yarmouk y en otros lugares. Por eso, grandes sectores de los palestinos celebraron la caída del régimen sirio.

Con la caída de Assad, Irán perdió su base siria para la coordinación logística, la producción de armas y los envíos de armas a toda la región, especialmente a Hezbolá. Todo esto ha debilitado significativamente a Teherán, tanto a nivel interno como regional.

Sin embargo, con la caída de Assad, Irán perdió su base siria para la coordinación logística, la producción de armas y los envíos de armas a toda la región, especialmente a Hezbolá. Todo esto ha debilitado significativamente a Teherán, tanto a nivel interno como regional. Por eso Irán tiene interés en desestabilizar Siria tras la caída del régimen fomentando tensiones sectarias a través de sus redes restantes en el país. No quiere una Siria estable, especialmente una con la que sus rivales regionales puedan formar una alianza.

El único de los aliados de Irán que permanece relativamente intacto es el de los hutíes en Yemen. Antes del alto el fuego, Israel bombardeó repetidamente a las fuerzas hutíes en un intento de debilitarlas a ellas y al Eje de Irán. En diciembre de 2024, Tel Aviv intensificó su campaña de ataques contra los puertos de Hodeida, al-Salif y Ras Isa controlados por los hutíes con el fin de socavar su base económica, que se deriva de los impuestos portuarios, los derechos de aduana y los envíos de petróleo, reducir su capacidad militar y bloquear los envíos de armas iraníes.

Israel también quería interrumpir los ataques hutíes contra los buques mercantes en apoyo de Hamás y los palestinos. Estos habían interrumpido el tráfico marítimo en el paso de Bab el-Mandeb entre el Mar Rojo y el Golfo de Adén, un paso por el que circula hasta el 15% del comercio marítimo mundial.

Como consecuencia directa, Egipto perdió considerables ingresos cuando el transporte marítimo internacional se desvió del Canal de Suez hacia otras rutas. El puerto meridional israelí de Eilat también quedó paralizado. En respuesta a esta amenaza al capitalismo global, Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel lanzaron ataques con misiles y campañas de bombardeos contra objetivos hutíes.

Aunque Irán prometió tomar represalias contra Israel, al final hizo poco, queriendo evitar de nuevo cualquier guerra directa con Israel y Estados Unidos. Todo esto demuestra que el principal objetivo geopolítico de Irán no es liberar a los palestinos, sino utilizarlos como palanca, especialmente en sus relaciones con Estados Unidos.

Del mismo modo, la pasividad de Irán en respuesta a la guerra de Israel contra El Líbano y el asesinato de los principales líderes políticos y militares de Hezbolá ha demostrado aún más que su primera prioridad es proteger sus propios intereses geopolíticos y la supervivencia de su régimen. Eso incluye llegar a un modus vivendi con los propios EE. UU. De hecho, el objetivo principal del presidente Massoud Pezeshkian y del líder supremo Ali Khamenei es llegar a algún tipo de acuerdo con Washington, conseguir que levante las sanciones que paralizan su economía y normalizar las relaciones con Estados Unidos.

Irán, Rusia y la búsqueda de la multipolaridad

Al mismo tiempo, la debilitada posición de Irán lo ha llevado a caer en los brazos de Rusia en un intento por salvaguardar su régimen. Recientemente firmó un «Acuerdo de Asociación Estratégica Integral» de 20 años con Moscú en el que se compromete a cooperar en materia de comercio, proyectos militares, ciencia, educación, cultura y más. El acuerdo incluye una cláusula que promete que ninguno de los dos países permitirá que su territorio sea utilizado para ninguna acción que amenace la seguridad del otro, ni proporcionará ayuda a ninguna de las partes que ataquen a cualquiera de los dos países.

El acuerdo implica la cooperación contra Ucrania, los esfuerzos para evadir las sanciones occidentales y la colaboración en el Corredor de Transporte Norte-Sur, la iniciativa de Moscú para facilitar el comercio entre Rusia y Asia. Incluso antes de este acuerdo, Irán ya había estado vendiendo drones a Rusia para atacar a Ucrania, mientras que Rusia había estado vendiendo a Irán aviones de combate SU-35 avanzados.

La caída de Assad y el regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos aceleraron sin duda la formalización del acuerdo de asociación. Pero fue sobre todo el resultado de los crecientes desafíos a los que se enfrentaron ambos países en los últimos años. Como se ha señalado, Teherán ha sufrido un tremendo revés en Medio Oriente, mientras que el fracaso de Moscú en lograr una victoria absoluta en su guerra imperialista contra Ucrania ha socavado su posición geopolítica. Y ambos estados están sufriendo las consecuencias de sanciones occidentales sin precedentes.

Cada país está desesperado por encontrar una salida a su difícil situación. Su acuerdo es parte de ese esfuerzo. Promete «contribuir a un proceso objetivo de configuración de un nuevo orden mundial multipolar justo y sostenible». Este lenguaje de «multipolaridad» es una piedra angular de la estrategia geopolítica rusa, china e iraní. Se utiliza para justificar su propia economía capitalista, sus políticas imperialistas o subimperialistas y sus programas sociales reaccionarios.

Por desgracia, algunas figuras y movimientos de la izquierda han adoptado su retórica, promoviendo una visión de un sistema multipolar en oposición a lo que ven como un mundo unipolar dominado por EE. UU. En realidad, la aparición de más grandes potencias regionales y un mundo multipolar de estados capitalistas no es una alternativa a la unipolaridad, sino una nueva y francamente más peligrosa etapa del imperialismo global. Si bien el dominio sin rival de Washington fue horrible, el creciente conflicto interimperial entre Estados Unidos, China, Rusia y potencias regionales como Irán amenaza con desencadenar una guerra mundial. Recordemos que el último orden mundial multipolar detonó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando los estados imperialistas contendientes lucharon por la hegemonía sobre el capitalismo global.

Además, las grandes potencias como China y Rusia que abogan por la multipolaridad no ofrecen ninguna alternativa para el Sur Global ni para la clase trabajadora y los pueblos oprimidos de todo el mundo. Son Estados capitalistas cuyas políticas económicas refuerzan viejos patrones de subdesarrollo; desindustrializan a los países en desarrollo, los atrapan en la extracción y exportación de materias primas a China, y luego consumen productos terminados importados principalmente de China. Mientras que las clases dirigentes de estos países en desarrollo pueden beneficiarse de ese acuerdo, la clase trabajadora y los oprimidos sufren desempleo, precariedad y devastación medioambiental.

En términos más generales, China, Rusia y el resto de la llamada alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros) no cuestionan en modo alguno la hegemonía del Norte Global sobre instituciones como el FMI y el Banco Mundial, ni su marco neoliberal. De hecho, los estados BRICS están buscando lo que consideran su legítimo lugar en la mesa capitalista mundial.

La expansión de los BRICS demuestra que no es una alternativa. En enero de 2024, entre los nuevos miembros invitados a unirse se encuentran Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Nadie en su sano juicio puede afirmar, por ejemplo, que el estado argentino, gobernado por el trastornado devoto de Ayn Rand y Donald Trump, Javier Milei, ofrezca una solución al Sur Global, a sus trabajadores y a los oprimidos. En realidad, los estados BRICS no desafían el sistema capitalista global, sino que luchan por su parte del pastel dentro de él.

Por lo tanto, es un error desastroso que cualquier sector de la izquierda se ponga del lado de un bando de estados imperialistas y capitalistas contra otro. Eso no contribuye en nada al avance del antiimperialismo y mucho menos a las luchas de los trabajadores y los oprimidos en ningún estado. Nuestra orientación política no debe guiarse por una elección de suma cero entre unipolaridad y multipolaridad. En cada situación, debemos ponernos del lado de los explotados y oprimidos y de su lucha por la liberación, no de sus explotadores y opresores.

Nuestra solidaridad no debe ser con ninguno de los bandos de los estados capitalistas, sino con los trabajadores y los oprimidos.

Aquellos en la izquierda que imitan el llamado de Rusia, China e Irán a un orden multipolar se alinean con los estados capitalistas, sus clases dominantes y regímenes autoritarios, traicionando la solidaridad con las luchas de las clases populares dentro de ellos. Ponerse del lado de esas luchas no implica ni debe implicar el apoyo al imperialismo estadounidense y sus aliados.[1] Nuestra solidaridad no debe ser con ninguno de los bandos de los estados capitalistas, sino con los trabajadores y los oprimidos. Por supuesto, cada bando de Estados intentará aprovechar esas luchas en su beneficio. Pero ese peligro no puede convertirse en una coartada para negar la solidaridad con las luchas legítimas por la emancipación.

Si el internacionalismo, el sello distintivo de la izquierda, ha de significar algo hoy en día, debe implicar el apoyo a las clases populares de todos los países como un deber absoluto, independientemente del bando en el que se encuentren. Estas luchas son la única forma de desafiar y reemplazar las políticas represivas y autoritarias. Esto es cierto tanto en Estados Unidos como en China o en cualquier otro país.

Debemos oponernos a la cínica calumnia de cualquier régimen de que la protesta legítima es el resultado de una injerencia extranjera o un cuestionamiento de su soberanía. Esa es la política del nacionalismo de derecha, no del internacionalismo socialista.

Contra el imperialismo y el subimperialismo, por la emancipación desde abajo

Este enfoque es fundamental, especialmente ante la reconfiguración del poder regional en Medio Oriente y el regreso de Trump al poder en Estados Unidos. Irán y su Eje han sufrido un retroceso dramático. Estados Unidos, Israel y sus aliados se han envalentonado. La posición de Irán en futuras negociaciones con Trump se ha debilitado, y su economía continúa deteriorándose bajo las sanciones y su propia crisis capitalista.

Ante esta difícil situación, es probable que Teherán reconsidere su estrategia regional. Podría llegar a la conclusión de que su mejor opción puede ser adquirir armas nucleares para fortalecer su capacidad de disuasión y mejorar su posición en futuras negociaciones con Estados Unidos.

La izquierda, especialmente en Estados Unidos y Europa, debe oponerse a cualquier nueva beligerancia de Israel y Estados Unidos contra Irán o cualquier otra potencia regional. También debemos oponernos a su guerra económica contra Irán a través de sanciones, que afectan de manera desproporcionada a las clases trabajadoras del país. Nadie en la izquierda debería apoyar al Estado estadounidense y a sus aliados occidentales; siguen siendo el mayor oponente del cambio social progresista en el mundo.

Sin embargo, no debemos caer en la política de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» y apoyar al principal rival imperial de Washington, China, ni a enemigos menores como Rusia. No son menos depredadores y codiciosos que los estados imperialistas, como atestigua el historial de Pekín en Xinjiang y Hong Kong, al igual que el de Moscú, igualmente brutal, en Siria y Ucrania. Nadie en la izquierda debería apoyar al régimen iraní autoritario, neoliberal y patriarcal y sus políticas reaccionarias y represivas contra su propio pueblo y contra los de otros países como Siria.

La República Islámica de Irán es enemiga de las clases trabajadoras de Irán y de la región y no lucha por la emancipación de su pueblo. Lo mismo ocurre con los aliados de Irán en la región, como Hezbolá, que han desempeñado un papel contrarrevolucionario en sus respectivos países. Y, como demuestra su historial durante la guerra genocida de Israel contra Gaza, ni Irán ni ninguna otra fuerza del llamado «Eje de la Resistencia» se han unido realmente para luchar por la liberación de Palestina. Irán, en particular, solo ha utilizado la causa palestina de manera oportunista como palanca para lograr sus objetivos más amplios en la región.

En la situación actual, es probable que, a corto plazo, el imperialismo estadounidense se beneficie del debilitamiento de Irán y su red regional. Al mismo tiempo, la crisis del capitalismo en la región sigue sin resolverse, la desigualdad sigue creciendo y, con ello, las quejas de los trabajadores y los oprimidos aumentan día a día. Todo esto seguirá produciendo luchas explosivas como las que se han producido durante la última década y media. Por lo tanto, mientras nos oponemos a EE. UU. y a otros imperialismos y potencias regionales, nuestra solidaridad debe estar con las luchas populares que amplían el espacio democrático para que las clases populares se autoorganicen y constituyan un contrapoder a sus propias clases dominantes y a sus patrocinadores imperiales.

¿Cuál es el camino a seguir para la liberación de Palestina?

Solo una estrategia de este tipo tiene la posibilidad de transformar el orden existente en la región de una manera progresiva y democrática. También es la piedra angular de una alternativa para la liberación palestina a la estrategia fallida de depender del Eje de Irán.

Como ha demostrado el último año, Israel no solo depende de EE. UU., su patrocinador imperial, para defender su dominio colonial, sino también de todos los estados circundantes. Todos ellos han normalizado las relaciones con Israel, han alcanzado acuerdos de facto de reconocimiento mutuo o, en el mejor de los casos, han ofrecido una oposición interesada, inconsistente y poco fiable.

Además, los rivales de Washington, China y Rusia, han demostrado ser poco fiables. Invierten en Israel, solo ofrecen críticas simbólicas y están de acuerdo con la solución de dos Estados propuesta por el imperialismo estadounidense, pero nunca implementada, una solución falsa que, si alguna vez se promulgara, en el mejor de los casos ratificaría la conquista y el apartheid israelíes. Como resultado, los palestinos no pueden considerar a ninguno de los estados regionales ni a ninguna potencia imperialista como aliados fiables en su lucha por la liberación.

Pero los palestinos por sí solos no pueden lograr la liberación. Israel es una gran potencia económica y militar muy superior a los palestinos. Y, a diferencia de la Sudáfrica del apartheid, que dependía de los trabajadores negros y los explotaba, Israel no depende de la mano de obra palestina. No desempeña un papel clave en su proceso de acumulación de capital.

De hecho, el objetivo histórico de Israel como proyecto colonial de asentamiento ha sido sustituir la mano de obra palestina por mano de obra judía. Por lo tanto, los trabajadores palestinos por sí solos no tienen el poder de derrocar el régimen de apartheid como lo hicieron los trabajadores negros sudafricanos.

Entonces, ¿quiénes son los aliados naturales y confiables de los palestinos en la lucha por la liberación? Las clases populares de la región. Dada su propia historia de dominio colonial, la abrumadora mayoría se identifica con la lucha de los palestinos. Además, la limpieza étnica de Palestina por parte de Israel ha llevado a su pueblo a todos los estados circundantes como refugiados, lo que ha cimentado los lazos entre los pueblos de la región. Finalmente, las masas de Medio Oriente y África del Norte se oponen a la colaboración o la falsa resistencia de sus propios gobiernos a Israel.

Por lo tanto, las clases populares de la región están colectivamente oprimidas por el sistema estatal, sus intereses en desafiar ese sistema están unidos y poseen un enorme poder para paralizar sus economías, incluida la industria petrolera, un poder que puede socavar toda la economía mundial. Estos hechos fomentan la solidaridad regional desde abajo, basada en un enorme poder capaz de lograr la liberación colectiva contra el sistema estatal regional. Esto es más que potencial.

Cuando los palestinos resisten, su lucha ha desencadenado luchas regionales, y esas luchas han retroalimentado la de la Palestina ocupada.

A lo largo del último siglo, la relación dialéctica entre la liberación palestina y la lucha popular regional se ha demostrado en repetidas ocasiones. Cuando los palestinos resisten, su lucha ha desencadenado luchas regionales, y esas luchas han retroalimentado la de la Palestina ocupada. El poder y el potencial de esta estrategia regional se han demostrado en varias ocasiones. En los años 60 y 70, el movimiento palestino provocó un aumento de la lucha de clases en toda la región. En el año 2000, la Segunda Intifada marcó el comienzo de una nueva era de resistencia, inspirando una ola de organización que finalmente estalló en 2011 con revoluciones desde Túnez hasta Egipto y Siria.

De manera similar, inspirados por estos levantamientos revolucionarios unos meses después, decenas de miles de refugiados organizaron protestas en mayo de 2011 en el punto más cercano a las fronteras de Palestina en Líbano, Siria, Jordania, Cisjordania y la Franja de Gaza para conmemorar la Nakba y exigir el derecho al retorno. Cientos de refugiados palestinos residentes en Siria pudieron atravesar las barreras de los Altos del Golán y entrar en Palestina, ondeando banderas palestinas y las llaves de sus hogares palestinos. Como era de esperar, las fuerzas israelíes reprimieron violentamente estas manifestaciones, matando a diez personas cerca de la frontera siria, a otras diez en el sur del Líbano y a una en Gaza.

En el verano de 2019, los palestinos del Líbano protagonizaron durante semanas protestas masivas en los campos de refugiados contra la decisión del Ministerio de Trabajo de tratarlos como extranjeros, un acto que consideraban una forma de discriminación y racismo contra ellos. Su resistencia contribuyó a inspirar el levantamiento libanés más amplio de octubre de 2019.

Esta historia demuestra el potencial de una estrategia revolucionaria regional. La revuelta unida tiene el poder de transformar todo el Medio Oriente y el norte de África, derrocando regímenes, expulsando a las potencias imperialistas y poniendo fin al apoyo de estas fuerzas al Estado de Israel, debilitándolo en el proceso. El ministro de extrema derecha Avigdor Lieberman reconoció el peligro que los levantamientos populares regionales suponían para Israel en 2011 cuando dijo que la revolución egipcia que derrocó a Hosni Mubarak y abrió la puerta a un período de apertura democrática en el país era una mayor amenaza para Israel que para Irán.

Esta estrategia revolucionaria regional debe complementarse en las metrópolis capitalistas con la solidaridad de la clase trabajadora contra sus gobernantes imperialistas. No se trata de un acto de caridad, sino de defender los intereses de esas clases, cuyos impuestos se desvían de programas sociales y económicos que se necesitan desesperadamente para apoyar a Israel y cuyas vidas se desperdician habitualmente en guerras e intervenciones imperiales para reforzar a Israel y el orden estatal existente en la región.

Pero esa solidaridad no se producirá automáticamente; la izquierda debe cultivarla políticamente y luchar por ella en la práctica. La tarea más importante de la izquierda es conseguir que los sindicatos, los grupos progresistas y los movimientos apoyen la campaña de boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) contra Israel para poner fin al apoyo político, económico y militar imperialista a Tel Aviv. Esta lucha y solidaridad antiimperialistas pueden debilitar a las potencias imperialistas, a Israel y a todos los demás regímenes despóticos de la región, abriendo un espacio para la resistencia popular masiva desde abajo.

Esta estrategia revolucionaria regional e internacional es la alternativa a la dependencia del así llamado Eje de la Resistencia de Irán. Ese camino ha fracasado. Ahora necesitamos construir un verdadero eje de resistencia desde abajo: las clases populares de Palestina y la región respaldadas por la solidaridad antiimperialista en todos los grandes estados de poder arraigados en las luchas populares de los trabajadores contra sus clases dominantes. Solo mediante esa estrategia podremos construir el contrapoder para liberar a Palestina, la región y nuestro mundo de las garras del imperialismo y el sistema capitalista global que lo sustenta.


[1] Para leer más sobre los debates en torno a la multipolaridad y la izquierda, véase este artículo: Kavita Krishnan, “La ‘multipolaridad’, el mantra del autoritarismo”, Nueva Sociedad 304, marzo-abril 2023, https://nuso.org/articulo/304-multipolaridad-mantra-autoritarismo/  

Autor/a
Joseph Daher

Joseph Daher enseña en la Universidad de Lausana (Suiza) y en la Universidad de Gante (Bélgica). Es autor de «Siria después de los levantamientos: la economía política de la resistencia del Estado», «Hezbolá: la economía política del Partido de Dios del Líbano» y «Marxismo y Palestina».

Sígalo en Twitter: @JosephDaher19

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