Ismail Shammout - La primavera que fue (c. 1966)

Una ruptura inevitable: La Inundación de Al-Aqsa y el fin de la Partición

en Coyuntura

Publicado originalmente en Al-Shakaba. Traducción de Pablo Abufom.

La ofensiva sorpresa de Hamás del 7 de octubre de 2023 asestó el golpe más letal al ejército y a la sociedad israelíes desde la creación del Estado en 1948. En represalia, Israel lanzó el asalto militar más extenso de su historia contra Gaza, destruyendo grandes franjas del territorio y matando a más de 14.000 palestinos, más de un tercio de los cuales eran niños. Con la aprobación de Estados Unidos y gran parte de Europa, Israel ha llevado a cabo lo que académicos y expertos han denominado una campaña de genocidio, con la que pretende deshacerse de los palestinos de Gaza con el pretexto de diezmar a Hamás.

La rapidez con la que Israel se movilizó y la magnitud de su ataque subrayan la convicción palestina de que el régimen colonial está ejecutando planes de expulsión masiva que lleva acariciando desde hace mucho tiempo. Mientras tanto, los dirigentes israelíes han utilizado una campaña narrativa de deshumanización de los palestinos y palestinas para sentar las bases de una justificación de la inmensa violencia.

En este contexto, este artículo sitúa el último ataque israelí contra Gaza en su contexto más amplio; analiza la creación de guetos en la tierra palestina por parte de Israel a través de la partición y señala la operación Inundación de Al-Aqsa de Hamás como un momento de ruptura del régimen de Partición. Y lo que es más importante, pone en primer plano la cuestión de qué viene después de la Partición y hace reflexionar sobre las crecientes posibilidades de limpieza étnica de los palestinos.

Gaza: El más brutal de los bantustanes de Israel

Israel pretende ser un Estado judío y democrático al tiempo que se niega a declarar sus fronteras oficiales y controla un territorio soberano en el que viven más palestinos que judíos. Para alcanzar esta realidad se requiere una sofisticada estructura de ingeniería demográfica, basada en la estratificación legal de los palestinos y en el estricto control de sus movimientos y lugares de residencia, confinándolos en enclaves geográficos. Este sistema nació de la oleada inicial de expulsiones masivas y limpieza étnica de palestinos que tuvo lugar en 1948, en la que más de 530 aldeas palestinas fueron despobladas para dejar sitio a los colonos judíos. Esta práctica del colonialismo de asentamientos no es un acontecimiento que haya pasado a los libros de historia. Lo que los palestinos llaman la Nakba (“catástrofe”) no ha cesado desde entonces, y las prácticas colonizadoras cotidianas de Israel adoptan diferentes formas en las distintas zonas bajo su control. Esto constituye un pilar central del régimen de apartheid de Israel.

Gaza ha presentado históricamente la manifestación más extrema de lo que es el sistema israelí de bantustanes para los palestinos. Con una de las mayores densidades poblacionales del mundo, Gaza está compuesta predominantemente por refugiados expulsados de las tierras que rodean la franja durante la creación de Israel en 1948. De hecho, muchos de los combatientes que irrumpieron en las ciudades israelíes el 7 de octubre son probablemente descendientes de refugiados de las mismas tierras que sobrevolaron o por las que se arrastraron, pisando estas tierras por primera vez desde la expulsión de sus familias. 

Desde 1948, Israel no ha escatimado esfuerzos para romper el vínculo entre la resistencia anticolonial actual y el sistema de apartheid histórico y actual de Israel. Aunque muchos asumen que Gaza está bajo bloqueo porque está gobernada por Hamás, en realidad Israel ha experimentado desde 1948 con un sinfín de tácticas para despolitizar el territorio o pacificar a su población. Estas tácticas incluían el estrangulamiento económico y los bloqueos, décadas antes incluso de que se creara Hamás, sin resultado alguno.

Con la toma del poder por Hamás en 2007, a los dirigentes israelíes se les presentó una oportunidad: Utilizando la retórica del terrorismo, Israel sometió a Gaza a un hermético bloqueo e ignoró la plataforma política del movimiento sobre la que había sido elegido democráticamente. En un principio, el bloqueo pretendía ser una táctica punitiva para forzar la capitulación de Hamás, pero rápidamente se transformó en una estructura destinada a contener a Hamás y separar el enclave costero del resto de Palestina. Con más de dos millones de palestinos ocultos tras los muros y bajo el asedio y el bloqueo, el gobierno israelí y la mayor parte de la opinión pública israelí -por no hablar de los dirigentes occidentales- podían lavarse las manos de la realidad que habían creado.

El bloqueo israelí sirve al objetivo de contención que persigue el régimen, tanto de los palestinos como de Hamás. A lo largo de los últimos dieciséis años, Israel se ha apoyado principalmente en Hamás para gobernar a la población de Gaza al tiempo que mantenía el control externo del enclave. Hamás y el régimen israelí cayeron en un equilibrio volátil, que a menudo estallaba en episodios de inmensa violencia en los que miles de civiles palestinos eran asesinados por el ejército israelí. Para Israel, esta dinámica funcionó tan bien que nunca fue necesaria una estrategia política para Gaza. Al igual que en otros lugares de Palestina, Israel se dedicó a gestionar la ocupación en lugar de abordar sus factores políticos, manteniéndose como señor ocupante sobre las diversas bolsas palestinas gobernadas por entidades bajo su control soberano.

El único objetivo que Israel persiguió en la última década y media fue tratar de garantizar una relativa calma a los israelíes, en particular a los que residen en las zonas que rodean Gaza. Para ello utilizó una fuerza militar abrumadora, aunque esa calma se consiguiera a costa de encarcelar a una población cautiva de millones de personas y mantenerla en condiciones casi de inanición. Tan profundamente se borró a Gaza de la conciencia israelí que los manifestantes que marchaban para proteger la llamada democracia israelí a principios de 2023 se engañaban creyendo que la democracia y el apartheid eran socios compatibles.

El derrumbe del marco particionista

Así pues, la ofensiva de Hamás surgió como de la nada para la mayor parte de la opinión pública israelí y de los partidarios de Israel en el extranjero. Al salir de su prisión, las Brigadas Al-Qassam -el ala militar de Hamás- revelaron la pobreza estratégica en la que se basaba la suposición de que los palestinos aceptarían indefinidamente su encarcelamiento y sometimiento. Y lo que es más importante, la operación echó por tierra la viabilidad misma del enfoque particionista de Israel: la creencia de que los palestinos pueden ser desviados a bantustanes mientras el Estado colonizador sigue disfrutando de paz y seguridad e incluso amplía sus relaciones diplomáticas y económicas en la región. Al hacer añicos la idea de que Gaza puede borrarse de la ecuación política más amplia, Hamás ha dejado hecha jirones la ilusión de que la partición étnica en Palestina es una forma sostenible o eficaz de ingeniería demográfica, y mucho menos moral o legal.

A las pocas horas de la operación Inundación de Al-Aqsa, la infraestructura que se había creado para contener a Hamás -y con ella a los palestinos de Gaza- fue pisoteada ante nuestros ojos colectivos y a menudo incrédulos. Cuando los combatientes de Hamás irrumpieron en territorio controlado por Israel, la colisión entre el mito de Israel como Estado democrático y su realidad como proveedor de un violento apartheid fue impactante, trágica y, en última instancia, irreversible. Como resultado, israelíes y palestinos fueron arrojados a un paradigma post-partición, en el que tanto la convicción de Israel en la sostenibilidad de la ingeniería demográfica como la infraestructura de bantustán que ha empleado se han revelado temporales e ineficaces.

El derrumbe del marco particionista ha planteado una paradoja: por un lado, los palestinos y sus aliados han trabajado para generalizar la idea de que Israel es un Estado de apartheid basado en un colonialismo de asentamientos. Este fundamento ha servido de base para los esfuerzos de algunos por impulsar la descolonización y la búsqueda de un sistema de gobierno basado en la libertad, la justicia, la igualdad y la autodeterminación. La arquitectura política de ese espacio descolonizado es la que muchos palestinos creen que se producirá a través de su lucha por la liberación, una vez que se desmantelen los elementos centrales del apartheid: la limpieza étnica, la negativa a permitir el regreso de los refugiados y la partición. Por otra parte, a falta de un proyecto político que pueda abanderar esta lucha descolonial, el colapso del marco de la partición el 7 de octubre aceleró el compromiso de Israel con la limpieza étnica. Asimismo, reforzó la creencia fascista y etno-tribal de que, si no hay partición, sólo los judíos pueden existir con seguridad en la tierra de la Palestina colonizada, desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. En otras palabras, el colapso de las posibilidades particionistas puede haber sentado las bases para otra Nakba en lugar de un futuro descolonial.

El cálculo político de Hamás

Esta paradoja explica, en parte, el resentimiento que ha suscitado la ofensiva de Hamás, incluso entre algunos palestinos, que ven en el ataque el comienzo de otra crisis para su lucha colectiva. No hay que restar importancia a la inminente posibilidad de una limpieza étnica, y el asombroso número de muertos que está sufriendo la población civil de Gaza debe hacer reflexionar a todo el mundo sobre el enorme coste que ha supuesto la operación de Hamás, aun cuando la responsabilidad principal de esta violencia recaiga directamente en el régimen colonial de Israel.

Sin embargo, una lectura de este tipo tergiversa el cálculo político de Hamás. Por supuesto, es cierto que esta violencia se desató tras el ataque de Hamás. Sin embargo, la realidad antes de la ofensiva también era letal para los palestinos, aunque en menor medida que lo que sobrevino después del 7 de octubre. Era una violencia que se había normalizado y que, en el fondo, tenía el mismo objetivo de acabar matando a palestinos en masa. La violencia que hemos presenciado en 2023 no es más que el desencadenamiento de una brutalidad que siempre había sentado las bases del trato de Israel hacia los palestinos en general, y hacia los de Gaza en particular.

Esta ruptura era, por tanto, inevitable. La contención de Hamás fue eficaz, pero dado el compromiso del movimiento con la liberación palestina y su firme negativa a ceder en el reconocimiento del Estado de Israel, siempre fue probable que esa contención fuera temporal, a menos que se hicieran esfuerzos serios para abordar los motivos políticos que están en el corazón de la lucha palestina por la liberación. Con una población creciente en Gaza y unas carencias de gobernanza cada vez más graves, la expectativa de que Hamás no buscaría cambiar esa realidad -especialmente a medida que aumentaba la impunidad israelí- era un punto de vista demasiado limitado.

De lo que sí es responsable Hamás, y de lo que los palestinos deben exigirle cuentas, es del alcance de su planificación -o de la falta de ella- para el día después del atentado. Con los conocimientos que Hamás y otros han acumulado a lo largo de los años, no cabría duda de que la ofensiva del movimiento desembocaría en una furia desatada contra los palestinos a manos del ejército israelí. El movimiento debería haber estado -y quizás lo estaba- preparado para la violencia que se ha desatado posteriormente en Gaza. Determinar si su cálculo ha merecido la pena, a pesar de esta trágica pérdida de vidas, es algo con lo que los palestinos tendrán que lidiar en los años venideros.

La hipocresía y la culpabilidad de Occidente

En lugar de intentar reducir la escalada del ataque israelí contra Gaza, el gobierno de Biden no ha hecho más que echar leña al fuego. En su primer discurso tras el ataque, el presidente estadounidense describió a Hamás como “pura maldad”, comparando su ofensiva con las del ISIS; también comparó el 7 de octubre con el 11-S y se refirió repetidamente a denuncias de brutalidad que habían sido desacreditadas ampliamente para agitar tropos orientalistas e islamófobos en un esfuerzo por justificar la ferocidad de la respuesta de Israel.

Es importante señalar que los esfuerzos por vincular la resistencia palestina en todas sus formas – pacífica o armada – al terrorismo son muy anteriores al ataque de Hamás. Durante la Segunda Intifada, la invocación del 11-S por parte de Ariel Sharon encontró una audiencia receptiva en la administración Bush, que se encontraba en las primeras fases de elaboración de su doctrina de Guerra contra el Terrorismo. En los meses siguientes, Israel desencadenó invasiones militares tremendamente destructivas contra campos de refugiados en Cisjordania bajo la consigna de luchar contra el terrorismo.

Mientras tanto, los principales medios de comunicación y espacios políticos occidentales siguen careciendo de un análisis matizado y fundamentado de la situación. En su lugar, se ha impuesto un patrón constante de deshumanización de los palestinos, hasta el punto de que cualquier esfuerzo por utilizar estas plataformas para desmantelar -o simplemente cuestionar- el sistema de dominación israelí se topa con reacciones de perplejidad y una condena uniforme. En esta lectura, Hamás actuó irracionalmente, los palestinos de Gaza eran desechables para el movimiento como escudos humanos, y el sistema colonial de Israel en su conjunto era sostenible y tranquilo antes del 7 de octubre. Estas reacciones, más que nada, apuntan a la hipocresía occidental y al racismo antipalestino.

Lo que está claro es que los líderes occidentales se niegan voluntariamente a reconocer el ataque de Hamás como lo que fue: una muestra de violencia anticolonial sin precedentes. La operación Inundación de Al-Aqsa fue una respuesta inevitable a la implacable e interminable provocación de Israel mediante el robo de tierras, la ocupación militar, el bloqueo y el asedio, y la negación del derecho fundamental a retornar a la propia patria durante más de 75 años. En lugar de reafirmar analogías ahistóricas y regurgitar discursos manidos, ya es hora de que la comunidad internacional se enfrente a la verdadera causa de la violencia que estamos presenciando: la colonización y el apartheid israelíes.

Para reducir la cantidad de sangre que se derramará cuando se impugne el sistema de apartheid de Israel, la comunidad internacional, en particular Occidente, debe reconocer en primer lugar que ha permitido un sistema político etnonacionalista que ha destruido los derechos y las vidas de los palestinos. El mundo debe enfrentarse a la realidad de que las demandas políticas palestinas no pueden ser borradas o marginadas bajo la bandera totalizadora pero poco convincente de la lucha contra el terrorismo. En lugar de aprender estas lecciones, los gobernantes occidentales parecen contentarse con participar activamente en la actual campaña de limpieza étnica del régimen israelí: la nakba de mi generación.

Autor/a
Tareq Baconi

Presidente del directorio de Al-Shabaka,The Palestinian Policy Network. Fue investigador de política estadounidense de Al-Shabaka entre 2016 y 2017. Tareq fue el analista principal para Israel/Palestina y Economía del Conflicto en el International Crisis Group, con sede en Ramala, y autor de Hamas Contained: The Rise and Pacification of Palestinian Resistance (Stanford University Press, 2018). Sus escritos han aparecido en el London Review of Books, el New York Review of Books, el Washington Post, entre otros, y es comentarista frecuente en medios regionales e internacionales. Es editor de reseñas de libros para el Journal of Palestine Studies.

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