Publicado en feministkilljoys. Traducido para LATFEM por Nicolás Cuello.
¿Cómo se ha convertido el género en un mapa de un momento? ¿Por qué tantos movimientos se presentan en contra del género? En un artículo reciente, Judith Butler muestra cómo la dificultad de dar cuenta del movimiento anti-género nos dice algo sobre cómo funciona ese movimiento: “El movimiento anti-género moviliza una variedad de estrategias retóricas de todo el espectro político para maximizar el miedo de infiltración y destrucción que proviene de un conjunto diverso de fuerzas económicas y sociales. No busca la coherencia, porque su incoherencia es parte de su poder”. El artículo de Butler trata principalmente sobre el uso de una variedad de estrategias retóricas por parte de regímenes autoritarios. Ella muestra cómo el término “género” termina siendo tratado como una “invasión extranjera” y cómo los campos de la investigación académica, incluidos los estudios de género, la teoría queer y la teoría crítica de la raza, han llegado a ser representados como “fuerzas destructivas” que amenazan con el colapso de las instituciones sociales, incluido el matrimonio, la familia, la nación, la civilización, “incluso el hombre mismo”.
Muchas académicas feministas están escribiendo sobre la movilización de una retórica anti-género en todo el mundo. Butler participa así en una conversación feminista más amplia, que es urgente y necesaria porque es mucho lo que está en juego. [1] Como articula Butler, “el objetivo principal del movimiento es revertir la legislación progresista ganada en las últimas décadas por los movimientos LGBTQI y feministas”. En este relato del movimiento anti-género, Butler no hace referencia en gran parte a lo que se ha dado a conocer como un feminismo “crítico del género”. Sin embargo, en la conclusión, Butler sugiere que “no tiene sentido que las feministas ‘críticas del género’ se alíen con poderes reaccionarios para apuntar a personas trans, no binarias y de género queer”. Luego presenta una invitación o un llamamiento: “Seamos todas verdaderamente críticas ahora, porque este no es el momento para que ninguno de los blancos de los ataques de este movimiento anti-género se ponga en contra de los demás. El momento de la solidaridad antifascista es ahora ”. En este artículo, Butler no llama fascistas a las “feministas críticas del género”, sino que las invita a no aliarse con el fascismo al hacer de las personas trans, no binarias y de género queer el objetivo de su crítica.
La invitación de Butler también es, quizás, una provocación. Es cierto que es bastante difícil leer el artículo de Butler y no darse cuenta de cuántas de las estrategias retóricas utilizadas por las feministas críticas del género, con todas sus inconsistencias, son similares (y, en algunos casos, incluso las mismas) a las utilizadas por los fascistas o por regímenes autoritarios, nuevamente, con todas sus inconsistencias. ¿Las feministas críticas del género notaron, al leer la nota, sus propios argumentos en la imagen que Butler ofrece del movimiento anti-género? Si las feministas “críticas del género” se vieran a sí mismas en la imagen que se está dibujando, la invitación de Butler también podría haber funcionado como un espejo. El punto podría ser entonces que las “feministas críticas del género”, al verse reflejadas en este artículo, no se sintieron a gustó lo que vieron. Eso, en sí mismo, es bastante prometedor. Pero, tal vez como era de esperar, las desestimaciones del artículo de Butler siguieron muy rápidamente. Una feminista crítica del género tuiteó: “Creo que ayudaría a todos si alguien se sentara con Judith Butler y le explicara pacientemente qué es el género”. Otra aliada crítica del género tuiteó, “se lee como si Butler acabara de comenzar a investigar estos problemas y se basa principalmente en Twitter y Tumblr”. Una forma de no enfrentarse a lo que ve cuando no te gusta lo que se ve. No aprender de un reflejo la necesidad de la autorreflexión, es romper el espejo.
Es difícil no leer estos tweets y reírse. Butler nos ha brindado durante décadas a muchxs de nosotrxs, dentro y fuera de la academia, herramientas críticas vitales para dar sentido a la complejidad de nuestras vidas sociales y de género. Quizás necesitemos reírnos. La risa también es un gemido porque las voces de las feministas “críticas del género” han sido tan amplificadas por los principales medios de comunicación que ahora hay tantas distorsiones que sería difícil para alguien nueva en el feminismo ver claramente lo que está pasando. Muchas “feministas críticas del género” son ellas mismas muy críticas con quienes llaman “feministas académicas”, incluidas aquellas de nosotras que hemos sido parte del desarrollo y consolidación de los programas de Estudios de Mujeres y Género en el Reino Unido. Una “feminista crítica del género” hizo una broma en una Women’s Place Conference, diciendo que la mayoría de las feministas académicas no son académicas ni feministas. Se podía escuchar un murmullo expresando consenso entre la audiencia. La desestimación no es de extrañar. Los programas de Estudios de Género tienden a estar moldeados por el trabajo en Estudios Queer y Estudios Trans, aunque hay mucho más trabajo por hacer para que las teorizaciones sobre el sexo y el género de los Estudios Trans no se agreguen a los estudios de género, sino que se trabaje a partir de ellos. En este texto coloque “crítico del género” entre comillas, ya que la mayor parte del trabajo más crítico sobre sexo y género está ocurriendo en esos mismos espacios, Estudios de Género, Estudios Queer y Estudios Trans, a los que se oponen muchas feministas “críticas del género”.
Estoy agradecida de haber pasado gran parte de mi carrera como feminista académica y con esto no solo hago referencia a los años que pasé como profesora en Estudios de Mujeres y Género, o al tiempo que dediqué, con colegas feministas, a desarrollar nuevas políticas de igualdad o a encontrar nuevas formas de afrontar viejos problemas de acoso e intimidación en las universidades. Me refiero al hecho de que me he dedicado sistemáticamente a la lectura de literatura feminista desde que hice mi primer curso feminista en Escritura de Mujeres en 1988. Cuando dedicas tu vida al feminismo, adquieres muchos recursos. Butler, al pedirnos que participemos en la solidaridad antifascista, está haciendo uso de estos recursos. Si seguimos el ejemplo de Butler, podemos escuchar que hay más en la invitación. Butler está pidiendo a las feministas que no conviertan a las personas trans, no binarias y genderqueer en su objetivo, ya que esto equivaldría a que los “objetivos de este movimiento”, de hecho, se “vuelvan unxs contra otrxs”. Volvernos unxs contra otrxs sería volvernos contra nosotrxs mismxs. Butler nos anima a ser testigxs en la urgencia de estos tiempos de que el movimiento “contra el género” es un movimiento antifeminista.
En este texto, mi tarea es modesta. Quiero mostrar cómo y por qué el feminismo “crítico del género” se convierte, o puede entenderse como, un movimiento conservador de género. Si el feminismo nos da los recursos para desafiar el antifeminismo, entonces el feminismo nos da los recursos para desafiar al “feminismo crítico del género”, para sostener ese espejo y mostrar su reflejo. En mi nuevo proyecto sobre el sentido común, espero mostrar cómo los feminismos conservadores de género son parte del no tan nuevo sentido común conservador, que ha vuelto a armar la “realidad” como una “guerra contra los despertadxs [woke]”, es decir, como un esfuerzo para restaurar las jerarquías raciales y de género demonizando a quienes las cuestionan. [2] También mostraré cuánto del acoso promulgado por las feministas “críticas del género” se hace invisible al aparecer bajo la forma de un debate abierto.
Cuando ingresas al mundo de la crítica del género como una feminista que no está acostumbrada a estar en ese mundo, es profundamente desorientador. Tomemos el mundo de las redes sociales. En esta publicación voy a citar tweets que aparecerán como oraciones en cursiva (luego citaré artículos académicos y libros comerciales). [3] Entras y encontrarás cuentas de Twitter con violeta y verde, los colores sufragistas. En esas mismas cuentas encontrarás expresiones como Sexo, No género o El sexo es real. Es posible que vea declaraciones como, estoy de acuerdo con, y el nombre de tal o cual persona que aparentemente ha sido atacada por decir algo como el sexo es real. Encontrarás palabras como hembra humana adulta, mujer natal o incluso mujer biológica. Encontrarás afirmaciones que se sabe que han sido fundamentales para la lógica patriarcal, por ejemplo, las mujeres están oprimidas debido a su biología.
¿Cómo darle sentido a esto?
Es difícil darle sentido a esto.
Sabemos que las feministas no han estado de acuerdo sobre cómo entender el sexo y el género como categorías sociales; las heredamos, no las hemos inventado. Sabemos que parte del trabajo del feminismo es disputar esa herencia. Incluso la “distinción sexo-género” no fue inventada por las feministas; fue introducida al feminismo por el trabajo de sexólogos como John Money. [4]Si eres lectora de literatura feminista, sabrás que muchas feministas han problematizado esa distinción, precisamente por cómo colocó al “sexo” fuera de la historia. Tomemos, por ejemplo, el trabajo de Ann Oakley. Su clásico, Sexo, Género y Sociedad ciertamente hizo uso de la distinción sexo-género, basándose en el trabajo de Robert Stoller, donde el sexo se refiere a las diferencias biológicas, la diferencia visible de los genitales, la diferencia en la función procreadora, mientras que el género se refiere a “una cuestión de cultura” y la clasificación social de las personas en “masculino” y “femenino” (16). Sin embargo, en el trabajo posterior de Oakley, se ofrece una fuerte crítica de esta misma distinción. En “Una breve historia del género”, Oakley escribe: “la distinción entre sexo y género no cuestiona cómo la sociedad construye el cuerpo natural en sí” y “el sexo no es más natural que el género dado que nuestro hablar de ambos está mediado por nuestra existencia como seres sociales” (30). O podríamos pensar en el trabajo de la materialista histórica Christine Delphy, quien sostiene que “el género precede al sexo”. Ella escribe: “hemos seguido pensando en el género en términos de sexo: para verlo como una dicotomía social determinada por una dicotomía natural” (1993, 3). [5]Independientemente de lo que pensemos de la crítica feminista de la distinción sexo-género, la mayoría de las feministas sabrán que las categorías con las que organizamos nuestras vidas, cómo nos referimos a nuestros cuerpos y a nosotrxs mismxs, no son neutrales; los términos que usamos para describirnos a nosotrxs mismxs están implicados en los mundos que estamos cuestionando, razón por la cual tales descripciones son tanto provisionales como políticas.
Entonces, ¿por qué se usan estos términos no solo como si fueran descripciones simples, sino como si ese mismo uso tuviera algo que ver con el feminismo? Si el panorama feminista “crítico del género” está plagado de frases como el sexo es real o sexo, no género, debemos preguntarnos qué están haciendo. Llamemoslas eslóganes [catch phrases], palabras o expresiones que se usan repetida y convenientemente para representar o caracterizar a una persona, grupo, idea o punto de vista. Estas frases son una forma de señalar la lealtad a un movimiento político que tiene su velocidad primaria, al parecer, en los espacios virtuales. Son formas relativamente nuevas de utilizar términos antiguos. Sin embargo, a pesar de ser relativamente nuevo, encontrar estas frases es una instantánea de la historia. Empezar a intentar darle sentido a este debate, comenzando por estas frases, sería como aparecer en medio de una conversación, escuchar una reacción y no saber qué sucedió antes que se provocase dicha reacción. Y, sin embargo, muchas usan estas frases como si el objetivo de ellas fuera debatir si podemos o no usarlas. Se convierten en historias. ¿Obligar a las mujeres a dejar sus trabajos por afirmar que el sexo es real? Pero eso (y con él, el término cisgénero) no se puede imponer a mujeres como yo, que cuestionan los roles de género, mientras abogan en nombre de nuestro sexo, uno de los objetivos principales del feminismo. Es posible que sientas indignación, así como la incredulidad de que este sea el caso: ¡ni siquiera podemos decir que el sexo es real! Esa frase cuando es usada en el camino, está haciendo aquello para lo que fue diseñada, provocar indignación. Y la indignación es una forma de llevar adelante una historia, un modo en el que adquiere impulso. La afirmación de que las personas han sido expulsadas de sus puestos de trabajo por decir que el sexo es real no solo es falsa (si miras un caso específico, esa no es la razón por la que las personas se ven obligadas a dejar el trabajo, la oración no puede separarse de un contexto más amplio), pero al circular adquiere sustancia, una impresión de veracidad lograda en virtud de su repetición. El sexo es real se ha convertido en un eslogan en los últimos tiempos (al igual que derechos basados en el sexo se convirtió en un eslogan en los últimos tiempos: una búsqueda rápida en Internet muestra que las feministas solo comenzaron a usarlo regularmente en 2018). El sexo es real es una aserción dentro de un horizonte de aserciones. El sexo es real. El sexo es material. El sexo es inmutable. El sexo es biología. El sexo es objetivo. El sexo es ciencia. Con estas afirmaciones sobre lo que es el sexo, vienen implicaciones contrarias sobre lo que no es el género. El género no es real. El género es irrelevante. El género es subjetivo. El género son estereotipos. El género es ideología.
Aprendemos sobre los términos a partir de lo que están acostumbrados a hacer; una historia se cuenta en ciertos términos por una razón. El mantra feminista se convierte en sexo no género debido a quién está asociadx con el género. Judith Butler nos ha enseñado que la incoherencia de los argumentos de los movimientos anti-género están haciendo algo. Cuanto más incoherentes son los argumentos en contra de algo, más vago se vuelve ese algo del que se está en contra. Y cuanto más vago es ese blanco al que se apunta, más cosas quedan atrapadas por él: la identidad de género, la idea de género, la enseñanza del género, los estudios de género, las personas trans, no solo se colapsan entre sí, sino que al serlo, se vuelven aún más amenazadoras. Otra forma de decirlo sería decir que el término género se ha vuelto pegajoso; cuanto más circula el término género, más cosas se adhieren a él. [4] Si las personas trans están asociadas con el género, y el género se trata como algo inmaterial, las personas trans o las identidades trans se vuelven inmateriales. Todo lo que necesitas poner en tu cuenta de twitter es el sexo es real para indicar un apego o una lealtad a una serie de posiciones que permanecen implicitas: ser trans es ideología, no ciencia; sentimiento, no hecho; inmaterial, no material; subjetivo, no objetivo. Los términos en sí mismos pueden terminar haciendo este trabajo de deslegitimar o “desrealizar” a las personas trans. Esto se puede hacer de formas más o menos sutiles. Cuando se creó una red feminista “crítica del género”, se describió como preocupada por “cómo importan los cuerpos sexuados” y criticando “los estereotipos de género restrictivos”. Una vez que hayamos aprendido aquello para lo que categorias como sexo y género han sido rutinariamente usadas, con quién se han asociado y con quién no, podemos entender lo que está sucediendo aquí. Pero no será obvio para algunxs lo que está sucediendo aquí. Una de nuestras tareas es intentar hacerlo más obvio.
No es solo que los términos “sexo” y “género” se estén usando para desrealizar y deslegitimar a las personas trans, sino que el proyecto de inclusión trans puede enmarcarse como una exclusión feminista, como si las personas trans nos reemplazaran, reemplazando nuestros términos con los de ellxs. “Si reemplazamos ‘sexo’ por ‘género’ como una forma de pensar sobre nosotras mismas, será más difícil abordar la opresión basada en el sexo”. Entonces, la historia implícita es que si aceptamos a las personas trans, el sexo será reemplazado, o incluso las mujeres serán reemplazadas, o perderemos los términos que necesitamos para hablar de nuestra historia. Una frase puede traer consigo una historia de asociaciones. “Si el sexo no es real, no hay atracción por personas del mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida por las mujeres a nivel mundial se borra”. En primer lugar, la oración implica que tal o cual gente está diciendo que el sexo no es real. No conozco a nadie que diga que el sexo no es real, aunque sé que la mayoría de las feministas lo saben, para tomar prestado el título de un importante libro de Marilyn Frye sobre “la política de la realidad”, y que lo que es real, al menos cuando estamos hablando de cómo los seres humanos nos organizamos y nos entendemos, es complejo y mediado. Volveremos a esto. Pero interroguemos en primer lugar la afirmación de que, a menos que el sexo sea real, no podemos hablar de mujeres globalmente.
Hay muchas feministas que han desafiado esta misma idea de que podemos hablar de “la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial”. Quiero enfatizar aquí que estos desafíos no son nuevos. Cualquiera que conozca la historia feminista, sabrá que incluso la categoría de “mujeres” siempre ha sido cuestionada por las feministas; rara vez ha sido lo que nos unió. Que la categoría de mujeres haya sido tan controvertida tiene algo que ver con lo que trae consigo la categoría de sexo (aunque hay mucho más). Algunas tuvieron que insistir en que eran mujeres. Podemos pensar en Sojourner Truth, hablando como una mujer negra y ex esclava, en la Convención de Mujeres en Akron, Ohio en 1851 diciendo: “¿Acaso soy una mujer?”. Como señala Angela Davis, Truth en su discurso se refirió a la fuerza de su propio cuerpo, su cuerpo trabajador, para desafiar los argumentos del “sexo débil” hechos contra las sufragistas (1981, 61, ver también Hooks 1987).
Algunas tuvieron que insistir en que eran mujeres. Algunos tuvieron que insistir en que no eran mujeres. Podemos pensar en Monique Wittig, hablando como feminista lesbiana en la conferencia de la Modern Language Association en Nueva York en 1978, diciendo que “las lesbianas no somos mujeres”. Esta afirmación audaz era necesaria para que Wittig mostrara cómo la misma categoría de “mujeres” ha funcionado históricamente como un mandato heterosexual, cómo las “mujeres” llegaron a existir, o se requirió que existieran, en relación con los hombres. [6] El hecho de que un solo término “sexo” no nos une a todas podría incluso haber sido la razón por la que entablamos conversaciones entre nosotras para averiguar qué tenemos en común, independientemente de cómo lleguemos a definirnos a nosotras mismas.
Aunque hay muchos puntos de vista diferentes dentro del feminismo sobre el estado de categorías como el sexo y el género, se han hecho constantemente críticas a la idea misma del sexo biológico. Las feministas negras, por ejemplo, han desafiado no solo la categoría de “mujeres”, sino también la naturalidad del sexo y el género. Como resume poderosamente Che Gossett, “del Combahee River Collective (un colectivo de feministas negras reunidas desde 1974) y su crítica del esencialismo biológico como una “base peligrosa y reaccionaria sobre la cual construir una política”, hasta las genealogías trans del feminismo negro – feminismo negro como un movimiento de hecho trans – muchxs escritorxs han problematizado y perturbado las categorías binarias del género y del sexo, estás últimas asignadas médicamente”. Incluso las tradiciones feministas que se supone que no son problematizadoras de la categoría de sexo, como el feminismo radical, lo han sido de hecho. Woman Hating, de Andrea Dworkin, por ejemplo, ofrece un desafío feminista radical a lo que ella llama “la biología tradicional de la diferencia sexual” basada en “dos sexos biológicos discretos” (1972: 181, 186).
Volveré a esta historia feminista crítica del cuestionamiento de la categoría sexo, ya que me ayudará a explicar cómo criticar el género pero no el sexo nos lleva en la dirección de un conservadurismo de género. Señalar esta historia feminista, es interponerse en el camino de la historia que se está contando como una historia de la eliminación del sexo. De hecho, es esta historia feminista crítica la que debe borrarse para contar la historia como una historia del borramiento del sexo.
La afirmación de que el sexo ha sido borrado no solo se repite interminablemente y se le da una causa (teoría queer, ideología trans, personas trans, personas genderqueer, personas no binarias, personas con cabello azul, estudiantes frágiles; sí, cuantas más haya, habrá más amenazas), pero a menudo es la base de otra afirmación de prohibición aún más fuerte. La historia es algo así: tenemos que decir que el sexo es real, porque se nos ha impuesto el género (esa ficción, ese sentimiento, esa ideología), lo que significa que no se nos permite hablar de sexo ni hablar de mujeres (la imagen, para hacer valer este punto nuevamente importa, la historia que se cuenta es que las mujeres desaparecerían si el sexo no es material o si el sexo biológico no es inmutable). Un reclamo de prohibición también implica un reclamo de que alguien está siendo prohibido por alguien: entonces, dice la historia, es porque tal o cual grupo que tiene esta agenda es que no se nos permite hablar sobre lo que queremos o necesitamos hablar. Históricamente, las feministas a menudo se han posicionado como aquellas que imponen restricciones a los demás porque tienen una agenda o porque esa es su agenda (¡no podemos llamar a las mujeres ´queridas´!, Tenemos que decir, ¡señoritas!, ¡No podemos usar la palabra hombre para describir a todxs!). De hecho, cualquier persona involucrada en tratar de desafiar las normas y convenciones para volverlas más complacientes o inclusivas, sabremos con qué rapidez se la juzgará por estar imponiendo restricciones a la libertad de los demás. Una norma es una restricción que puede parecer libertad a quienes habilita. Por tanto, casi siempre se considera que desafiar una norma restringe las libertades de otras personas.
No es solo una amarga ironía que las tácticas que se usan con tanta frecuencia contra las feministas estén siendo utilizadas contra las personas trans por las “feministas críticas del género”. Nos dice algo acerca de las feministas “críticas del género”, y es que ellas están dispuestas a usar estas tácticas. ¿Por qué el sexo se ha convertido en una táctica, no solo como posición sino ahora incluso como proyecto? Al usar el sexo como si el sexo fuera natural, material y el género como si no lo fuera, algunas personas se vuelven ese “no”, no naturales, no materiales, ni siquiera reales, irreales. El peligro se puede ubicar en el “no”. Cuando el sexo se usa tácticamente y se convierte en un proyecto, las personas trans son tratadas no solo como no naturales, como no materiales, sino de hecho, como poderosas y peligrosas.
En mi propio trabajo, me he centrado mucho en el peligro de los extraños, cómo algunos cuerpos se vuelven “materia fuera de lugar” y cómo el peligro (y la violencia) se ubica en los forasteros, en aquellos que se considera que no pertenecen. La peligrosidad de lo extraño tiene que ver con la ubicación del peligro en el extraño, en el que viene de afuera. [7] Me he centrado principalmente en el racismo. La peligrosidad de lo extraño a menudo funciona al hacer que la violencia sea intrínseca o expresiva de un grupo (por lo que si alguien de origen musulmán comete violencia, esta violencia se vuelve expresiva del Islam). La peligrosidad de lo extraño es una máquina bien engrasada: funciona bien por la frecuencia con la que es usada. [8] Gran parte del acoso transfóbico funciona a través de esta misma lógica, la peligrosidad de lo extraño: las personas trans son posicionadas como extrañas, no solo como “fuera de lugar”, sino como una amenaza para quienes están “en el lugar”. Basta pensar en el uso de términos como “extremismo de género”, que funcionan para crear una amenaza, una vaga sensación de amenaza, quizás tomando prestado de los discursos racializantes (el término extremismo siempre tiende a pegarse a algunos cuerpos más que a otros). Nótese el uso común de términos como “el lobby trans” o incluso “los talibanes trans” para insinuar un agente poderoso que está detrás de tal o cual acción. La transfobia no significa que una persona necesariamente sienta animosidad personal o miedo hacia las personas trans. Pueden o no: ese no es el punto. La transfobia describe el proceso por el cual las personas trans son construidas como peligrosas, como aquellas a las que se debe temer. Si la peligrosidad de lo extraño trabaja para localizar el peligro en aquellos cuerpos considerados forasteros, a menudo inflando el poder de aquellos cuya exclusión se considera necesaria, también crea la figura de quienes están en peligro, la mayoría de las veces, lxs niñxs. La transfobia contemporánea funciona para sugerir o implicar que las personas trans están poniendo en peligro a lxs niñxs (un titular dice: ¿Eres transfóbico? Yo tampoco, solo estamos preocupados por nuestrxs hijxs).
La peligrosidad de lo extraño también crea una línea, un límite, entre el interior y el exterior, que se considera necesario para la protección. Así es como se puede juzgar que algunxs se imponen sobre otrxs; a veces por el solo hecho de existir de la forma en la que lo hacen. Una categoría también puede suponerse cerrada; se puede usar una puerta para cerrar la categoría “mujer”, por ejemplo. Es importante agregar que los cierres, por más que estén justificados como naturales o necesarios, aún dependen de las acciones; la creación de nuevos términos, si los antiguos se dibujan de una manera que incluye a aquellas personas que en realidad no se desea incluir (la mujer, por ejemplo, se convierte en una hembra humana adulta). Así es como abrir un debate en ciertos términos, puede implicar la exclusión y el cierre de otros. Por supuesto, no deberíamos entrar en un debate en esos términos.
El género también puede convertirse en un extraño (sí, una categoría de pensamiento puede tratarse como un extraño), enmarcado como una imposición sobre la naturaleza o la realidad biológica (las mujeres se convierten en mujeres natales). Parte de la transformación del género en el extraño, es el tratamiento del sexo, a menudo sexo biológico, como natural o como natal o incluso tan nativo como si estas categorías no fueran en sí mismas producto del trabajo, como si no tuviéramos nuestras manos involucradas en hacer y darles forma [9]. Cuando la categoría de género se convierte en un extraño, aquellxs que se supone que dependen de esta categoría para su existencia se vuelven extraños también. Una categoría se convierte en conspiración. Un ejemplo sería cómo el grupo LGB Alliance encuentra el uso de “género” por parte de Stonewall, por ejemplo, como evidencia de una conspiración para borrar el sexo y con él la atracción hacia el mismo sexo. Entonces, si la gente habla de sentirse atraída por personas del “mismo género”, eso puede interpretarse como una conspiración para obligar a las lesbianas a tener relaciones sexuales con mujeres trans (que en realidad son “hombres biológicos”). Es difícil imaginar que cualquier persona preocupada por la igualdad y la justicia social pueda tomar esos puntos de vista como evidencia de cualquier cosa que no sea intolerancia. Pero pueden y lo hacen, incluso publican artículos de periódicos basados en ellos.
La distinción entre sexo y género, recuerden, solo se ha hecho relativamente recientemente. Es una línea que a veces trazamos por conveniencia. Es una línea que algunas feministas han utilizado y otras feministas han desafiado (algunas de estas feministas son las mismas feministas). En el Reino Unido, en la ley, el sexo y el género tienden a usarse indistintamente. Si una persona tiene la característica protegida de reasignación de género (para usar los términos de la Ley de Igualdad de 2010), entonces ha cambiado de sexo. Seguir las palabras es aprender de ellas. El género se utiliza a menudo en lugar del sexo en el discurso del día a día. Recuerdo cuando salí del armario como lesbiana en 2001, un miembro de mi familia más amplia usaba el término “mismo género”. Él dijo, “y qué, te enamoraste de alguien del mismo género”. De hecho, es difícil no darse cuenta de cómo a veces se usa género en lugar de sexo en las formas de igualdad de oportunidades para referirse a “hombres” y “mujeres”. Mi propia sospecha es que la gente a menudo usa el “género” como una forma educada de no hablar de sexo, que evoca cuerpos y deseos de una manera que el género no lo hace. Creo que en la vida cotidiana, muchos usan el sexo y el género de manera vaga. Y pueden hacerlo porque el sexo y el género son vagos, por lo que cualquier intento de tener en claro qué son, de crear una línea, nos aleja más del uso cotidiano. La idea de que lxs activistas trans imponen el género no es simplemente errónea (un error que se evidencia fácilmente al seguir la palabra a través del espacio y el tiempo), es estratégica. Permite que la figura de lxs “trans extremistas” circule como quienes están imponiendo esa restricción. En otras palabras, se repite la idea de que el género nos está siendo impuesto por un lobby trans porque permite enmarcar la lucha por la igualdad de las personas trans como la formación de una industria. Permite que las personas trans se posicionen como poseedoras o ejerciendo un poder que no tienen.
No hay evidencia más clara de transfobia que el uso de términos como “trans extremista” o “lobby trans” [10]. Por supuesto, si alguna vez has usado términos como transfobia para describir estos mecanismos discursivos, serás juzgadx como si estuvieras tratando de imponer una restricción a la libertad de expresión, para volver a nuestro punto anterior. Pero hay otro punto que quiero señalar aquí. Ya he notado que palabras como “extremismo” se adhieren a algunos cuerpos más que a otros. Recuerden: cuanto más vago sea el objetivo puesto en la mira, más se puede atrapar. Un palo se convierte en un tobogán. Lxs extremistas trans se convierten en lxs extremistas de la identidad de género. Lxs extremistas de la identidad de género no buscan la igualdad trans, y el público está de acuerdo con la igualdad para todos. La manipulación maestra ha sido convertir esto en una supremacía trans [sic]. Una maquinaria de propaganda que junto a la captura institucional ha hecho peligroso hablar de la realidad. Y luego lxs extremistas de la identidad de género se convierten en lxs extremistas de género. La presión es tan severa en los círculos extremistas de género que el uso de pronombres basados en el sexo se considera odioso y se trata como un incidente de odio. Las personas que anuncian sus pronombres están complaciendo este extremismo. El término “género” en sí mismo viene a implicar el extremismo sin la necesidad de utilizar la palabra extremista. De hecho, hacer que el género sea extremo puede estar vinculado a cómo el género se vuelve inmaterial e incluso entonces, puede ser la base de un llamado para evitar que las personas trans existan. Así, una feminista “crítica del género” en la reciente conferencia de la LGB Alliance se opuso al uso del término “extremista de género” porque dijo que el término implicaba que ser trans no era, en sí mismo, una posición extremista. Para ella, es extremista decir que existen personas trans. Para ella, las personas trans no existen. Ella dijo esto. Cuando ella dijo eso, fue aplaudida por la audiencia. Necesitamos escuchar la violencia de ese aplauso. El feminismo “crítico del género”, por diverso e incoherente que sea, le da a este tipo de discurso de odio un lugar adonde ir.
Los actos de habla que se representan como los más prohibidos suelen ser los más promocionados; esto es cierto tanto para el racismo como para la transfobia. Decir, el sexo es real o la afirmación más fuerte de que no tengo permitido decir que el sexo es real, o me atacaron por decir que el sexo es real puede darte una voz pública, unaplataforma; cuanto más lo digas, más espacios te serán abiertos. No solo será promovida y creada una plataforma, sino que estarás protegida, y esa protección generalmente tomará la forma de una defensa de la libertad de expresión o la libertad académica. En otras palabras, se incita a lo prohibido. Y aquellos que, comprensiblemente, se sienten insegurxs o perjudicadxs por estos puntos de vista, no solo por la forma en que se expresan sino también por la forma en que los incitan, normalmente verán sus preocupaciones desestimadas como inmateriales.
Así es como expresiones aparentemente simples como Sex is Real o Sex, Not Gender pueden ser instantáneas de una historia más larga, una historia violenta, una historia de cómo algunas personas se vuelven peligrosas o cómo algunas personas desaparecen. [11] Participar en este régimen discursivo, usar esos eslóganes, posicionarse como silenciada por ese uso, es estar involucrada en un proyecto que está dificultando las cosas para que las personas trans, las personas no binarias, genderqueer y género no conforme puedan sobrevivir en sus propios términos. Es estar involucrada en un proyecto que contradice la aspiración de liberación trans, queer y feminista de los regímenes coercitivos del género y del sexo. Sí, digo liberación trans, queer y feminista porque nuestras liberaciones apuntan en la misma dirección.
Señalé anteriormente que los términos que han sido cuestionados por las feministas solo pueden elevarse a frases clave, como si encarnaran verdades, borrando gran parte de una historia feminista más crítica. En otras palabras, el proyecto de sacar a las personas trans del feminismo ha terminado por acabar con el feminismo también. Volvamos a la crítica feminista radical de Andrea Dworkin a la biología de la diferencia sexual. Ella amplía aún más: “La investigación de hormonas y cromosomas, los intentos de desarrollar nuevos medios de reproducción humana (la vida creada en, o considerablemente apoyada por, el laboratorio científico), el trabajo con transexuales y los estudios de formación de la identidad de género en lxs niñxs brindan información básica que desafía la noción de que hay dos sexos biológicos diferenciados. Esa información amenaza con transformar la biología tradicional de la diferencia sexual en la biología radical de la similitud sexual. Eso no quiere decir que haya un solo sexo, sino que hay muchos. La evidencia pertinente aquí es simple. Las palabras “macho” y “hembra”, “hombre” y “mujer” se utilizan sólo porque todavía no hay otras “(175-6). Dworkin argumentó que una persona transexual en una cultura de “discreción entre hombres y mujeres” se encuentra en “un estado de emergencia” y afirmó que las personas transexuales deberían tener acceso a hormonas y cirugía porque tienen “derecho a sobrevivir en sus propios términos”. (176). Si Dworkin imaginó que las personas transexuales podrían desaparecer en algún proyecto futuro, esto fue solo en el contexto en el que los sexos discretos también desaparecerían. Independientemente de lo que pensemos de su solución andrógina, aprendemos de Dworkin que el feminismo radical, un feminismo que es feminista de raíz, debe tener un modelo radical de sexo y biología.
Pienso de nuevo en el énfasis de Dworkin en la supervivencia, en el derecho de las personas trans a sobrevivir en sus propios términos. Pienso en las palabras de Audre Lorde (1978, 31): “Algunas de nosotras nunca debimos sobrevivir”. Audre Lorde (1984, 112) también sugiere que “aquellas de nosotras que estamos fuera del círculo de la definición de mujeres aceptables de esta sociedad” sabemos que la supervivencia “no es una habilidad académica”. Quizás si aquellas que tuvieran que luchar por la supervivencia fueran aquellas cuyas teorías sobre el sexo y el género importaran, si aquellas que estaban “fuera del círculo de la definición de mujeres aceptables de esta sociedad” fueran las que cuestionan los términos, cuestionando lo que es aceptable, nosotras no tendríamos que estar aquí, haciendo esto, diciendo esto.
La supervivencia dentro de un sistema sexogenérico coercitivo puede ser un proyecto ambicioso para algunas personas, incluidas las personas trans y las personas queer. Gran parte de nuestra política se deriva de lo que tenemos que hacer para sobrevivir en un sistema que no está destinado a nosotrxs. Quizás para sobrevivir a un sistema tenemos que desmantelarlo, desarmar la casa de ese amo, tomando prestada nuevamente una expresión de Audre Lorde, y así socavar sus cimientos. Podemos comenzar a comprender por qué el feminismo crítico del género termina siendo un conservadurismo de género y, de hecho, un conservadurismo social, porque no solo deja intacta la casa del amo, sino incluso se convierte en su herramienta. Si el género crea el efecto de dos sexos biológicos discretos, convertir el sexo en una causa sería reproducir el sistema que estamos tratando de desmantelar. Criticar el género pero dejar el “sexo” en su lugar, o tratar el “sexo” como si estuviera fuera de una historia creada por el hombre, sería preservar el sistema convirtiendo su efecto en nuestra causa. Argumentar que los espacios deben ser para diferentes “sexos” es, en otras palabras, replicar un sistema sexo-género. Cuando se recurre al “sexo” para hacer cosas, el “sexo” se organiza más que se origina. Usar “sexo” como si fuera el origen de la organización es disfrazar la organización; y así también es como funciona el sistema sexo-género. Y es así como, en cuanto se trata al sexo por fuera de la historia, las normas de género, las normas somáticas, el ´así son las mujeres´, ási son los hombres´, el quién es qué, el qué son quiénes, se ejercitan y desaparen. Y es por eso que ahora estamos siendo testigxs de juicios cada vez más conservadores sobre las mujeres y los hombres, de cómo son o cómo deben hacerse presentes o inteligibles en nombre del feminismo
Estos juicios se organizan en torno a la suposición de que siempre se puede diferenciar entre hombres y mujeres por su apariencia. Aquí hay algunas citas de libros comerciales de feministas “críticas del género”. “Los seres humanos en general, incluidos los niños, tienen la capacidad de distinguir el sexo biológico de los demás solo a partir de las apariencias visuales, la mayor parte del tiempo. La capacidad de sexuar correctamente a otras personas, la mayor parte del tiempo, se basa en una heurística cognitiva y, obviamente, no es infalible”. Esta es una comprensión muy anticuada de la naturaleza de la percepción social, que no parece estar informada por ningún compromiso con la literatura feminista crítica. Luego, la autora escribe: “Es falso por parte de nuestras críticas sugerir que el único medio que tienen los seres humanos para identificar el sexo de otras personas es mediante el ‘control de los genitales’, y que esto es lo que se necesita para mantener los espacios separados por sexos. Si esto fuera cierto, las citas nunca hubieran sido posibles (y tampoco el sexismo)”. No puedo creer que alguien pueda afirmar que el sexismo no existiría a menos que puedas ver la diferencia entre mujeres y hombres. Las feministas han demostrado cómo el sexismo se trata de la consolidación de esa misma distinción. La estabilidad de la percepción apunta no a la naturaleza sino a la historia. La ideología es historia convertida en naturaleza.
Otra escritora describe la capacidad de juzgar el sexo de otra persona como “exquisita”, una palabra que sugiere no solo precisión sino también belleza. Estas son las palabras exactas de la autora: “Dado que la evolución ha equipado a los humanos con la capacidad de reconocer el sexo de otras personas, casi instantáneamente y con una precisión exquisita, muy pocas personas trans “se hacen pasar” por el sexo que desean. Entonces, para verlas como ese sexo, todas los demás deben descartar lo que sus sentidos les están diciendo”. Esto es como leer una mala versión de la psicología evolutiva (¿hay otras versiones? Probablemente no). El feminismo es una pedagogía de los sentidos: aprendemos cómo se entrenan nuestros sentidos, qué nos quieren decir nuestros sentidos, a partir de nuestro esfuerzo político por desaprenderlos. Aquellxs que parecen confundir los sentidos, crear confusión (¿eres niño o niña, quién eres, qué eres?) son lxs que no logran reproducir una historia. Los feminismos queer y trans encuentran en ese fracaso, un potencial revolucionario. Aprendemos a no hacer suposiciones. Nos preguntamos cómo tratarnos – pedir no asumir, no solo es amable, sino clave para nuestra liberación. No estar en casa, no estar en una palabra o en un mundo, no es solo la forma en que llegamos a conocer esa palabra o ese mundo, es la forma en que abrimos otras posibilidades para organizarnos a nosotrxs mismxs y a nuestros mundos de manera diferente. [12]
Cuando tratamos el sexo como algo natural, no vemos las normas a través de las cuales vemos el mundo, incluidos otros cuerpos con los que compartimos un mundo. [13] Así funcionan las normas, al no aparecer como normas. [14] Mucha violencia sigue las normas que no vemos, lo que también significa que hay mucha violencia que no vemos. Muchos cuerpos, nuestros cuerpos, terminarán pareciendo incorrectos, inadecuados, extraños, fuera de lugar, porque no se alinean. A muchas mujeres cis, así como a las mujeres trans, se les ha dicho que están fuera de lugar; les dijeron que habían entrado en la habitación equivocada; les dijeron que en realidad no son mujeres debido a cómo se ven o no se ve. Por supuesto, gran parte de la violencia que estoy describiendo aquí es producto del sistema sexo-género. Por eso el proyecto feminista es desafiar ese sistema. En cambio, algunas feministas “críticas del género” han justificado la violencia contra quienes no se ajustan al género como necesaria, para proteger a las mujeres. Ellas escriben: “Dada la falibilidad ocasional de nuestra capacidad de identificar sexualmente a otras personas, defender espacios para mujeres del mismo sexo, como baños, dormitorios y vestuarios, significa que a veces, las mujeres en esos espacios serán mal identificadas sexualmente; y a veces, los hombres en esos espacios no serán percibidos como tales. Vemos esto primero como un costo lamentable que debe equilibrarse y, sin embargo, es menor que los daños mayores para las mujeres en caso de que el espacio solo para mujeres se convierta efectivamente en unisex a través de una política de autoidentificación”. El argumento a favor de los “espacios para personas del mismo sexo” requiere que quienes usan las instalaciones se conviertan en policías. Hacer cumplir el límite de los espacios destinado a personas del mismo sexo es, entonces, hacer cumplir el límite de la feminidad. Sarah Franklin ha descrito de manera útil a las feministas “críticas del género” como “feministas Brexiteers”. Ella escribe:
“Prometer proteger la santidad del retrete femenino como garante de la justicia de género es, como la promesa del Brexit de salvar al Reino Unido de la ruina económica, un síntoma de pánico reaccionario y confusión. No es una promesa ni remotamente creíble, sino una forma amarga de nostalgia impulsada por una indignación miope. Al igual que los líderes del Brexit que prometieron ‘recuperar el control’ de las fronteras de la nación, los partidarios del Brexit del feminismo que prometen rescatar la verdadera feminidad están utilizando el género como un sustituto de un pasado que imaginan haber perdido, una identidad que sienten amenazada y una batalla en la que se ven a sí mismas como víctimas y visionarias”.
Como toda nostalgia, la nostalgia del feminismo “crítico del género” pierde el sentido, porque a lo que quieren volver, no existía en la forma en que se imaginaba. Es la nostalgia por un objeto perdido lo que puede dar la impresión de que el objeto era real. La nostalgia por lo perdido puede convertirse rápidamente en una promesa de protección. Existe una conexión, entonces, entre la promesa de devolver un objeto perdido, la vigilancia y la violencia. La violencia contra las mujeres que no se ajustan al género, que pueden ser cis o trans, se considera un costo de un sistema de vigilancia que se presume se deriva del sexo biológico. Y noten también cómo el lamentable costo envía un mensaje a quienes lo cargan, quienes son detenidas, cuestionadas, acosadas. Tal vez también te digan que si no quieres estar en peligro, debes cambiar tu forma de actuar, que si no quieres que te cuestionen sobre tu derecho a estar en un espacio o instalación para mujeres, deberías intentar parecerte más a la manera en que las mujeres están destinadas a aparecer. Este es un argumento a favor de la normatividad de género, incluso si no se expresa en esos términos, una afirmación de que sería más seguro y, por lo tanto, mejor que las niñas fueran niñas (y que pudiéramos decir, y darnos cuenta, que las niñas son niñas) y que los niños fueran niños (y que podamos decir, y darnos cuenta, que los niños son niños).
Una erudita “crítica del género” cita en su libro un blog que sugiere que el respeto por los pronombres preferidos es como usar droga en una cita. La sugerencia es que si aquellas que no se ajustan a una idea estrecha de cómo aparecen las mujeres se les pide que se les llame “ella”, entonces esto es confuso para los sentidos, lo que hace que las reacciones de otras mujeres sean lentas. La escritora del blog sugiere que las mujeres trans usan intencionalmente esa confusión sensorial para aprovecharse de las mujeres cis. El estereotipo de la mujer trans como depredadora sexual es una forma explícita y profundamente perturbadora de transmisoginia. Sospecho que algunas feministas “críticas del género” no lo aceptarían. Pero esa asociación entre mujeres trans con peligro para las mujeres cis se puede preservar sin usar este estereotipo, e incluso se puede preservar pareciendo desafiarlo. Aunque la autora del libro no está de acuerdo con la suposición de la autora del blog de que las mujeres trans son depredadoras sexuales (incluso lo describe como una fuente de alarmismo), todavía cita el blog como una fuente creíble, lo que le da credibilidad como fuente. Y todavía conserva la suposición central del post de que el cumplimiento de los pronombres preferidos sería peligroso para las mujeres. La desventaja cognitiva para quienes intentan cumplir con los pronombres será la misma. Cuando habla de “desventaja cognitiva”, se refiere al peligro físico. Algo que ralentice los procesos cognitivos de las mujeres en relación con quienes pueden ser agresores potenciales puede llegar a tener ramificaciones muy serias para ellas. Tengan en cuenta que aquí se implica el peligro que se deriva del cumplimiento: al cumplir con los pronombres preferidos (presionadas por el “activismo trans” para usar el término utilizado por esta autora en el mismo párrafo), las mujeres estarán en desventaja, sufriendo ramificaciones muy graves para su salud, seguridad o bienestar.
Esta asociación entre el respeto a los pronombres preferidos y peligro sugiere que la seguridad depende de la claridad, que los cuerpos deben alinearse o ser sexuados con precisión. Aquellos que no son claramente hombres o mujeres, que no parecen como deberían aparecer “él” o “ella”, son en otras palabras, peligrosos. Cualquier exigencia de que las personas sean claramente hombres o mujeres, seamos claras, es la cosmovisión patriarcal. Pero desde el punto de vista de que el sexo es intrinsecamente material, y por tanto que el sexo biológico es inmutable, surge el requisito de que los cuerpos se alineen para aparecer como hombres o mujeres. Así es cómo el sexo biológico se utiliza para crear una línea social, que tenemos el derecho, incluso el deber moral, de hacer cumplir. Cualquier costo se vuelve justificable. En tal visión del mundo, la desviación se considera peligrosa, incluso mortal. Así es como, al tratar la idea de dos sexos biológicos distintos no como el producto del sistema sexo-género, sino como antes y más allá de él, las feministas “críticas del género” aprietan en lugar de aflojar el control de ese sistema en nuestros cuerpos. Para respirar feminismo tenemos que aflojar este agarre.
Referencias
- Beauvoir, Simone de (1997). The Second Sex, trans. by H.M.Parshley. London: Vintage Books.
- Butler, Judith (1990). Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. New York: Routledge.
- Davis, Angela (1983). Women, Race and Class. New York: Ballantine Books.
- Delphy, Christine (1993). “Rethinking Sex and Gender,” Women’s Studies International Forum, 16, 1: 1-9.
- Dworkin, Andrea (1972). Woman Hating. New York: E.P.Dutton.
- Franklin, Sarah. 2001. “Biologization Revisited: Kinship Theory in the Context of the new Biologies,” in Sarah Franklin and Susan McKinnon eds, Relative Values: Reconfiguring Kinship Studies. Durham: Duke University Press.
- Franklin, Sarah (forthcoming). “Gender as a Proxy: Diagnosing and Resisting Carceral Genderisms,”European Journal of Women’s Studies,
- Germon, Jennifer (2009). Gender: A Genealogy of an Idea. New York: Palgrave Macmillan.
- hooks, bell. 1987. Ain’t I a Woman? Black Women and Feminism. Pluto Press.
- Lorde, Audre. 1978. Black Unicorn. New York: Norton.
- Lorde, Audre. 1984. Sister Outsider: Essays and Speeches. Trumansburg, NY: Crossing Press.
- Oakley, Ann (1972). Sex, Gender and Society. Maurice Temple Smith.
- Oakley, Ann (1997). “A Brief History of Gender,” in A. Oakley and J. Mitchell (eds) Who’s afraid of feminism?, London: Hamish Hamilton; New York, NY: The New Press.
- Spade, Dean (2006). “Gender Mutilation,” in Susan Stryker and Stephen Whittle (eds). The Transgender Studies Reader. London: Routledge. pp.315-332.
- Stone, Sandy (2006). “The Empire Strikes Back: A PostTransexual Manifesto,” in Susan Stryker and Stephen Whittle (eds). The Transgender Studies Reader. London: Routledge.
- Young, Iris Marion (1990). Throwing Like a Girl and Other Essays. Bloomington Indiana University Press.
- Wilchin, Rikki (2014). Queer Theory, Gender Theory. Riverdale Avenue Books.
- Wittig, Monique (1992). The Straight Mind and Other Essays. Boston: Beacon Press.
Notas
[1] Ver por ejemplo la muy útil serie de post de LSE Gender Studies, https://blogs.lse.ac.uk/gender/tag/anti-gender-politics/.
[2] Una contribución al libro producido por el Conservative Common-Sense Group analiza los ataques contra Gran Bretaña como ataques “no en un sentido físico, sino en un sentido filosófico, ideológico e histórico”. Además de cómo la inmigración ha hecho que las personas se sientan como extrañas en su propio país, o cómo los activistas están cuestionando cómo se narra la historia británica, hay vagas referencias a la agenda de género. Palabras que se han entendido universalmente durante milenios, como “hombre” y “mujer”, ahora están cargadas de emociones y son peligrosas. Las ficciones del sexo binario y la pureza racial existen en estrecha proximidad, que es también la forma en que vigilar las fronteras del sexo puede ser ser vigilar las fronteras de la nación. Véase Franklin (de próxima publicación) para una discusión sobre cómo el feminismo anti-género puede entenderse como el Brexit del feminismo.
[3] Para obtener una explicación de mi política de citas, consulte mi publicación anterior, Killjoy Commitments. No estoy citando a autores individuales por su nombre, ya que no tengo ningún deseo de entablar un diálogo con feministas “críticas del género”. En cambio, solo estoy ofreciendo un diagnóstico de cómo el esfuerzo por excluir a las personas trans del feminismo (y con ello de los muchos servicios públicos que las personas trans, especialmente las mujeres trans, pueden necesitar para sobrevivir) ha llevado a la contradicción de los principios feministas fundamentales. Sé por experiencia que las feministas “críticas del género” si leen esto, caricaturizarán y descartarán mi trabajo. Eso no me preocupa.
[4] Para una discusión sobre cómo se importó la distinción “sexo-género” en los Estudios de Género (a través del trabajo de John Money sobre las comunidades intersexuales), ver Jennifer Gorman (2007). Gorman también explora el vínculo entre el modelo de Gayle Rubin del “sistema sexo-género” y el trabajo de Money.
[5] Esta inversión también fue realizada por Judith Butler en Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity (1990), que se basó en muchas otras teóricas feministas para mostrar cómo los cuerpos físicos y sexuados se moldean desde el principio (o incluso antes de un principio) por normas y valores sociales.
[6] La historia de la palabra “mujer” nos enseña cómo las categorías que aseguran la personalidad están ligadas a una historia de propiedad: “mujer [woman]” se deriva de un compuesto de wife (esposa) y man (ser humano); mujer [woman] como esposa-hombre [wife-man], sugiriendo también a la mujer como sirvienta. La historia de la mujer es imposible de desenredar de la historia de la esposa: la hembra humana no sólo en relación con el hombre, sino también en cuanto al hombre (la mujer está ahí para, y por lo tanto, es para). Wittig argumenta que las lesbianas no son mujeres porque “mujeres” está en relación con los hombres. Wittig llama a la lesbiana una “fugitiva” de este sistema.
[7] La peligrosidad de lo extraño puede ser peligrosa. Puede ser peligrosa para quienes se consideran extrañxs: quienes tienden a ser tratadxs como peligrosxs suelen ser los más vulnerables a la violencia. Pero puede ser peligroso por donde no ubica el peligro: aquí, en casa, en la familia. Las mujeres, por ejemplo, corren mucho más riesgo cuando están en casa. El peligro más extraño es cómo a menudo se pasa por alto la violencia que está cerca de casa.
[8] Comencé a trabajar en los usos de la peligrosidad de los extraños como marco en mi segundo libro, Strange Encounters. La mayor parte de mi trabajo se ha centrado en el peligro de los extraños como técnica de racialización. Un aspecto crucial de la creación de extraños es que el extraño, por singular que sea como figura, llega a representar un grupo. Es fundamental comprender cómo funciona esto en los medios que informan sobre la violencia. Tomemos el caso del racismo antimusulmán: si una persona musulmana comete un acto de violencia, esa violencia se convierte en expresión de la violencia de los musulmanes (que rápidamente se convierte en un argumento contra la inmigración o para una mayor titulización, etc.). Muchos reportajes transfóbicos funcionan para hacer que una instancia de violencia hecha por una persona trans sea expresiva de la violencia de un grupo (que rápidamente luego se convierte en un argumento en contra de la “ideología de género”, o permitir que las personas trans vivan de acuerdo con la identidad de género y así sucesivamente).
[9] Como ha señalado Sarah Franklin, la biología puede referirse tanto a un “cuerpo de conocimiento autorizado (como en la ciencia de la biología reproductiva) como a un conjunto de fenómenos” (2001, 303). Por tanto, la biología puede referirse tanto a los estudios de los organismos vivos como a los propios organismos vivos. Esta confusión de los diferentes sentidos de la biología es evidente en algunos de los discursos más amplios, que ha tenido el efecto de tratar “un cuerpo de conocimiento autorizado” como si correspondiera a un conjunto de fenómenos.
[10] Si el género es un objetivo en movimiento, también lo es la transfobia. En este momento, “biología” y “sexo biológico” son los principales términos en uso. En otras ocasiones no se utiliza la biología sino la “socialización”: las mujeres trans no pueden ser mujeres porque fueron socializadas como hombres y se beneficiaron del privilegio masculino. Aquí es lo social más que lo biológico lo que se convierte en lo que es inmutable: como si la socialización fuera en un sentido, se relacionara solo con una categoría (sexo) y no fuera discutida y discutida en la vida cotidiana, dependiendo de cómo uno pueda encarnar o no encarnar esa categoría. El feminismo en sí depende del fracaso de la socialización para generar sujetos de género voluntariosos. Otro argumento típico es que la “transgeneridad” como un conjunto de prácticas médicas depende de nociones esencialistas de género porque corrige los comportamientos no conformistas de género y está moldeado por un imperativo heterosexista. Por supuesto, ha habido décadas de estudios de teóricxs trans que critican cómo el género y las heteronormas se convierten en un aparato de verdad dentro de las instituciones médicas; que ha demostrado cómo para tener acceso a la cirugía y las hormonas, lxs sujetxs trans tienen que contar una narrativa que sea legible para las autoridades mediante el uso de guiones de género: del maravilloso “El imperio contraataca: un manifiesto post-transexual” de Sandy Stone ([1987 ] 2006) al trabajo más reciente de Dean Spade (2006) y Riki Wilchins (2014). Este trabajo muestra cómo no ser acomodado por un sistema de género (que requiere que “te quedes con” una asignación hecha por las autoridades al nacer) puede implicar volverse más vigilante y reflexivo sobre ese sistema (aunque es muy importante no esperar a quienes tampoco son acomodados por un sistema para convertirse en pioneros o transgresores de normas). Creo que lo que está sucediendo en el trabajo feminista anti-trans es el deseo de excluir y vigilar los límites de las “mujeres” sobre cualquier base que se pueda encontrar (por lo tanto, el objetivo es un objetivo en movimiento).
[11] Lo expresé de la siguiente manera en una publicación anterior, titulada You are oppresing us! [¡Nos estás oprimiendo!] “No puede haber un diálogo cuando algunxs en la mesa intentan argumentar por la eliminación de otrxs en la mesa. Cuando tienes “diálogo o debate” con aquellxs que desean eliminarte de la conversación (porque no reconocen lo necesario para tu supervivencia o porque ni siquiera creen que tu existencia sea posible), entonces “diálogo y debate” se convierten en otra técnica de eliminación. Negarse a tener algunos diálogos y algunos debates puede ser una táctica clave para la supervivencia ”.
[12] Aquellxs que no están en casa, llegan a conocer las categorías más íntimamente, por lo que algunos de los trabajos más importantes sobre género, sexo y sexualidad están saliendo de los estudios trans. Puedo añadir también que descartar la “identidad” y las “emociones” como algo inmaterial en relación con el “sexo” es olvidar tanto trabajo feminista previo. ¡Incluso he escuchado a una feminista crítica del género decir que no cree en el género porque se trata de sentimientos y es materialista! Existe una literatura enorme e importante que enseña cómo las emociones, cómo nos sentimos en relación con los objetos y lxs demás, son físicas, viscerales, además de ser un juicio; cómo llegamos a conocernos a nosotrxs mismxs y a los mundos. Si su cuerpo no se siente bien, si se siente mal, se necesita una gran cantidad de trabajo, una transición difícil, para llegar a un punto en el que las cosas se sientan bien. Yo misma soy una mujer cis, pero he aprendido mucho de los relatos de transición de las personas trans y de la naturaleza emocional y física de este proceso. Sobre lo que significa sentirse mal, o qué tan mal se siente, y luego pienso en mi propia experiencia de la heterosexualidad. Pienso en el trabajo y el tiempo que me llevó dejar que mi sentimiento corporal “esto está mal”, por poderoso y palpable que sea, me lleve a cambiar mi situación. A veces, los sentimientos pueden ser traumáticos, porque te das cuenta de lo mucho que tienes que hacer para reorganizar tu vida, para poder respirar, incluso si hay alegría, esperanza y posibilidad en ese reordenamiento. Descartar los sentimientos de otras personas sobre el género como inmateriales, como he escuchado que la gente hace, es profundamente poco ético y antifeminista.
[13] Género y sexo trabajan de forma habitual, como una serie de supuestos de fondo. Por eso la fenomenología es tan útil para el feminismo. La fenomenología también nos ayuda a pensar en cómo se configuran los cuerpos a través de los hábitos, formas de actuar que se repiten en el tiempo. Simone de Beauvoir o Iris Marion Young son filósofas feministas que han demostrado cómo nos convertimos en mujeres en relación con nuestro cuerpo. La biología importa, sí, pero la biología siempre forma parte de nuestra situación histórica. Para Beauvoir, “la mujer no es una realidad fija, sino un devenir”. Para Beauvoir, “el cuerpo es nuestro entendimiento del mundo y un esquema para nuestros proyectos”. Lo que esto significa es que sí, Beauvoir reconoce el cuerpo y sus límites. Incluso podría hablar de que los cuerpos de las mujeres tienen tales y tales cualidades, pero como ella describe, “no tienen su significado en sí mismas”. Incluso la materia está hecha para importar. Así podemos desnaturalizar la categoría de “sexo biológico” y hablar sobre nuestras experiencias vividas como seres de género (de hecho, tenemos más, no menos, de qué hablar cuando no ponemos el sexo entre paréntesis como si estuviera fuera del dominio social o cultural ). Podemos hablar de cuerpos físicos y frágiles, cuerpos envejecidos; y sí, todavía podemos hablar de cuerpos de mujeres sin suponer de antemano quién es y quién no es “mujer”.
[14] Por tanto, un proyecto es mostrar la norma, hacerla aparecer. Esto ha sido importante desde el punto de vista lingüístico. El hombre está operando como la norma cuando se dice que una “mujer conductora de autobús”, pero no un hombre conductor de autobús. El hombre a menudo no está marcado, por lo que marcamos al hombre como norma, comenzamos a decir, si es necesario decir algo, el conductor del autobús. La blanquitud es a menudo el valor predeterminado, lo que significa que cuando se menciona la raza, se usa para referirse a personas de color. Marcamos lo que no está marcado haciéndolo aparecer. La palabra “cis” es otro intento de marcar lo que no está marcado, de hacer que una norma sea visible. Decir que “cis” es un insulto es un poco como decir que “blanco” es un insulto, o “hombre” o “heterosexual”. Que la gente responda a estar posicionada de esa manera nos dice algo sobre cómo funcionan las normas.