Traducción para Revista Posiciones de Pablo Abufom Silva
Coronavirus y capital ficticio
Durante el año de la pandemia del coronavirus, la producción, la inversión y el empleo se desplomaron en casi todas las economías del mundo, ya que las cuarentenas, el aislamiento social y el colapso del comercio internacional contrajeron la producción y el gasto. Sin embargo, ocurrió lo contrario en los mercados de valores y de bonos de las principales economías. Los índices bursátiles estadounidenses (junto con otros) terminaron el año 2020 en máximos históricos. Tras la conmoción inicial de la pandemia de COVID y los consiguientes cierres, cuando los índices bursátiles estadounidenses se desplomaron un 40%, los mercados se recuperaron de forma espectacular, llegando a superar los niveles anteriores a la pandemia.
Está claro por qué ocurrió esto. Fue la inyección de dinero de crédito en las economías. La Reserva Federal y otros grandes bancos inyectaron enormes cantidades de efectivo/crédito en el sistema bancario e incluso directamente en las empresas a través de la compra de bonos del Estado a los bancos y de bonos corporativos; así como a través de préstamos COVID directos a las empresas respaldados por el gobierno. Los tipos de interés de este crédito cayeron en dirección a cero y, con los llamados “activos seguros” como los bonos del Estado, los tipos de interés llegaron incluso a ser negativos. ¡Los compradores de bonos estaban pagando a los gobiernos intereses para comprar su papel!
Gran parte de esta generosidad crediticia no se utilizó para mantener el sueldo y el empleo del personal ni para sostener las operaciones de las empresas. En cambio, los préstamos se han utilizado como préstamos muy baratos o casi de coste cero para especular con activos financieros. Lo que se denomina “deuda de margen” mide la cantidad de compras bursátiles que se han realizado utilizando préstamos. El último nivel de deuda de margen ha subido un 7,7% de un mes a otro y se encuentra en un nivel récord.
Marx llamó a los activos financieros, acciones y bonos, “capital ficticio”. Engels compuso por primera vez este término en su primera obra económica, los Umrisse; y Marx lo desarrolló aún más en el volumen 3 de El Capital (capítulos 25 y 29), donde lo definió como las reclamaciones acumuladas o los títulos legales sobre ganancias futuras en la producción capitalista; en otras palabras, las reclamaciones sobre el capital “real”, es decir, el capital realmente invertido en medios físicos de producción y trabajadores; o el capital monetario, los fondos en efectivo que se mantienen. Una empresa obtiene fondos para invertir, etc., emitiendo acciones y/o bonos. Los propietarios de las acciones o los bonos tienen entonces un derecho sobre los futuros beneficios de la empresa. Existe un mercado “secundario” para estos derechos, es decir, la compra y venta de estas acciones o bonos existentes; un mercado para la circulación de estos derechos de propiedad.
Las acciones y los bonos no funcionan como capital real; no son más que un derecho sobre beneficios futuros, por lo que “el valor-capital de ese título es… totalmente ilusorio… El papel sirve como título de propiedad que representa este capital”. Como dijo Marx: “Mientras que las acciones de los ferrocarriles, las minas, las compañías de navegación y otras similares, representan el capital real, es decir, el capital invertido y en funcionamiento en dichas empresas, o la cantidad de dinero adelantada por los accionistas con el fin de ser utilizada como capital en dichas empresas…; este capital no existe dos veces, una como valor-capital de los títulos de propiedad (acciones), por un lado, y por otro como el capital real invertido, o por invertir, en dichas empresas.” El capital “sólo existe bajo esta última forma”, mientras que la acción o el título de participación “no es más que un título de propiedad sobre una parte correspondiente de la plusvalía que aquél capital debe realizar”.
Los inversionistas (especuladores) de los mercados financieros compran y venden estos activos financieros, haciendo subir y bajar los precios. Si el efectivo (la liquidez) es abundante, los precios de las acciones y los bonos pueden dispararse, mientras que los bancos y las instituciones financieras inventan siempre nuevos “instrumentos” financieros en los que invertir. Como dijo Marx: “Con el desarrollo del capital que devenga interés y del sistema crediticio, todo el capital parece duplicarse, y a veces triplicarse, por los diversos modos en que el mismo capital, o tal vez incluso el mismo título sobre una deuda, aparece en diferentes formas en diferentes manos. La mayor parte de este ‘capital-dinero’ es puramente ficticio”.
Los bancos centrales se convierten en impulsores clave de cualquier auge de los activos financieros. De nuevo, como dijo Marx hace unos 150 años, “En la medida en que el Banco emite billetes que no están respaldados por la reserva de metal en sus bóvedas, crea signos de valor que no sólo son medios de circulación, sino que también forman para él un capital adicional -aunque sea ficticio- al valor nominal de estos billetes fiduciarios, y este capital adicional le produce un beneficio extra.” La creación o “impresión” de dinero por parte de los bancos centrales proporciona la liquidez para la especulación en los mercados de valores y de bonos – como hemos visto en el año del COVID.
Marx consideraba que lo que impulsa las cotizaciones bursátiles es la diferencia entre los tipos de interés y la tasa de ganancia global. Como la rentabilidad cayó en 2020, lo que mantuvo las cotizaciones bursátiles al alza fue el bajísimo nivel de los tipos de interés a largo plazo, engendrado deliberadamente por bancos centrales, como la Reserva Federal, en todo el mundo. La “flexibilización cuantitativa” (compra de activos financieros con inyecciones de crédito), se ha duplicado y triplicado en este año del COVID. Así, se ha mantenido la brecha entre los retornos de la inversión en bolsa y el coste de los préstamos.
Pero aquí está el problema. El precio de las acciones de una empresa debe guardar alguna relación con las ganancias obtenidas o con las que puedan obtenerse a lo largo de un periodo de tiempo. Los inversionistas miden el valor de una empresa por el precio de la acción dividido por las ganancias anuales. Si se suman todas las acciones emitidas por una empresa y se multiplican por el precio de la acción, se obtiene la “capitalización de mercado” (“market cap”) de la empresa, es decir, lo que el mercado considera que vale la empresa. Esta “capitalización de mercado” puede ser 10, 20, 30 o incluso más veces los beneficios anuales. Si la capitalización bursátil de una empresa es 20 veces las ganancias y compras sus acciones, asumes que tendrás que esperar a cosechar 20 años de ganancias en dividendos para igualar el precio de su inversión.
En este gráfico (CAPE Shiller) se puede ver que, a medida que los tipos de interés a largo plazo han bajado, el precio de la capitalización bursátil de las acciones de las empresas en relación con los beneficios (ganancias) ha aumentado. Actualmente, se encuentra en niveles sólo superados en 1929 y durante el boom de las punto.com del año 2000.
Si los beneficios impulsan el precio de las acciones de las empresas, cabría esperar que, cuando la tasa de beneficios del capitalismo aumenta o disminuye, también lo hicieran los precios de las acciones. Para medirlo, podemos obtener una especie de precio promedio de todas las acciones de las empresas en un mercado de valores utilizando una canasta de precios de acciones de una serie de empresas e indexándola. Esto nos da un índice bursátil.
Entonces, ¿el índice de precios de la bolsa sube y baja con la tasa de beneficios en el capitalismo? La respuesta es que sí, a largo plazo, es decir, durante la duración del ciclo de beneficios, que puede ser de 15 a 20 años. A más corto plazo, el ciclo bursátil no coincide necesariamente con el ciclo de beneficios. De hecho, los mercados financieros pueden alcanzar niveles de precios extremos en relación con los beneficios subyacentes que se generan en una economía.
La forma más popular de medir el grado de desajuste del mercado de valores con la economía real y los beneficios de la inversión productiva es medir la capitalización bursátil de las empresas con respecto a los activos reales acumulados que tienen las empresas. Esta medida se llama Q de Tobin, en honor al economista de izquierda James Tobin. Toma la “capitalización de mercado” de las empresas en el mercado de valores (por ejemplo, de las 500 principales empresas en lo que se llama el índice S&P-500) y la divide por el valor de reposición de los activos tangibles acumulados por esas empresas. El valor de reposición es el precio que las empresas tendrían que pagar para sustituir todos los activos tangibles (¿e “intangibles”?) que poseen (instalaciones, equipos, programas informáticos, etc.).
Durante los últimos 100 años aproximadamente, la media de la ratio Q es de aproximadamente 0,78. El máximo de la ratio Q se produjo en el pico de la burbuja tecnológica del año 2000, alcanzando el 2,17, es decir, un 174% por encima de la media histórica. Los mínimos se produjeron en las caídas de 1921, 1932 y 1982, cuando se situó en torno al 0,28, es decir, un 62% por debajo de la media. Pero en este año del COVID, la Q de Tobin ha alcanzado un 233% por encima de la media, un nuevo récord.
Otra medida útil del valor del mercado de valores en relación con la economía real es el índice Buffett. Llamado así por el famoso inversionista financiero multimillonario que utiliza este índice como guía, mide el valor monetario de todas las acciones y participaciones frente a la producción nacional actual de la economía real (PIB). Una vez más, esto muestra que en el año del COVID, el mercado de valores ha alcanzado un récord en relación con la “economía real”.
De hecho, los especuladores financieros siguen en una “euforia” total, ya que continúan esperando que los bancos centrales inyecten aún más préstamos y dinero en efectivo en los bancos e instituciones, junto con una probable disminución de la pandemia de COVID en 2021 a medida que se distribuyan las vacunas. Se cree que los beneficios de las empresas se recuperarán considerablemente para justificar los actuales máximos históricos de los precios de las acciones.
Citi Research cuenta con un índice de “euforia/pánico” que combina un conjunto de indicadores del estado de ánimo del mercado. Desde 1987, el mercado ha tocado techo cuando este índice se acercaba a la línea de euforia. Las dos excepciones fueron en el boom tecnológico de fin de siglo, cuando pasó unos tres años en la zona de euforia, y ahora mismo.
Este índice de “euforia” complementa las opiniones del banco de inversión más poderoso del mundo, Goldman Sachs. Sus expertos prevén una nueva subida del 15% en la bolsa estadounidense en 2021.
Pero, como explicó Marx, eventualmente la inversión en activos financieros tendrá que ajustarse a los beneficios de la economía real. En el año del COVID, los beneficios de la mayoría de las empresas se desplomaron un 25-30%.
Goldman y otros especuladores parecen convencidos de que los beneficios se recuperarán este año, para asegurarse de que el precio del capital ficticio no resulte ser ficticio. Pero eso parece poco probable. El COVID-19 aún no ha terminado y la distribución de la vacunación tardará bastante tiempo en alcanzar los niveles necesarios de la llamada “inmunidad de rebaño”, y eso suponiendo que las vacunas también puedan hacer frente a las nuevas variantes del COVID.
Además, el boom bursátil de 2020 se limitó realmente a unas pocas empresas. En el año del COVID, el índice S&P 500 subió un 18,4%, pero la cartera de FAAAM (Facebook, Alphabet, Amazon, Apple, Microsoft) más Netflix subió un 55%. La contribución de este último grupo al crecimiento del S&P 500 fue del 14,35%. Así que el resto de las empresas del S&P sólo ganaron un 4,05%.
La mayoría de las empresas perdieron dinero en 2020. Y hay una franja de empresas, sobre todo fuera de las 500 principales, pero no del todo, que están en graves problemas. Los beneficios son bajos o negativos e incluso con el coste de los préstamos cercano a cero, estas empresas “zombis” no ganan lo suficiente para cubrir siquiera los intereses de los préstamos existentes y nuevos. Estos zombis “con problemas financieros” constituyen alrededor del 20% de las empresas en la mayoría de las economías.
Incluso antes de la pandemia, las empresas zombis estaban contribuyendo a una importante desaceleración de los niveles de inversión empresarial. Con tantas empresas en apuros, hay pocas perspectivas de que vuelvan a producirse grandes saltos en la inversión y los beneficios este año.
Los bancos centrales seguirán proporcionando más “liquidez” para que los bancos y las empresas especulen en los mercados financieros. Así que el capital ficticio seguirá creciendo; después de todo, como dijo Engels antes que nadie, la especulación en los mercados financieros es un importante factor que contrarresta la caída de la rentabilidad en la “economía real”.
Pero todo lo bueno tiene que llegar a su fin. Probablemente en la segunda mitad de 2021, los gobiernos intentarán frenar su gasto fiscal y los bancos centrales reducirán el ritmo de su generosidad. Entonces es probable que los niveles extremos de los precios de las acciones y los bonos en relación con los beneficios y el capital tangible se inviertan, como lo hace un yoyó cuando se tira de la cuerda para volver a la realidad de estar fijado a un soporte (el capital real).
Detengan el juego, ¡me quiero bajar!
La “cobertura” (“hedging”) solía ser una forma de reducir el riesgo de vender o comprar. Los agricultores que esperan la llegada de su cosecha no saben qué precio por fanega obtendrán en el mercado: ¿obtendrán un precio que les permita obtener beneficios y ganarse la vida para el próximo año o quedarán en la miseria? Para reducir ese riesgo, las empresas de cobertura ofrecen comprar la cosecha por adelantado a un precio fijo. El agricultor tiene garantizado un precio y unos ingresos sea cual sea el precio por fanega en el momento de salir al mercado. El fondo de cobertura asume el riesgo de que pueda obtener un beneficio comprando la cosecha a un precio inferior al precio final de mercado. De este modo, la “cobertura” puede suavizar la volatilidad de los precios, a menudo muy elevada en los sectores agrícola y minero.
Pero en los mercados financieros, la cobertura y los fondos de cobertura adquieren una función totalmente nueva. Se han convertido en un juego, con miles de millones de dinero ajeno en juego, convirtiendo el mercado de bienes y servicios en un casino de apuestas financieras. Más arriba expliqué cómo eso que Marx y Engels llamaron “capital ficticio” (acciones y bonos) y su supuesto valor tenían poca relación con el valor real de los beneficios y activos subyacentes de las empresas.
El “hedging” financiero lleva esto un paso más allá de los valores reales, ya que los fondos de cobertura (“hedge funds”) no sólo compran o venden acciones en vez de invertir en capital productivo. Ahora apuestan por la dirección que tomará el precio de cualquier acción. En la “venta corta”, un fondo de cobertura toma prestadas acciones de una empresa de otros inversionistas (a cambio de una comisión) y vende las acciones en el mercado a, por ejemplo, 10 dólares cada una. Luego espera a que caigan a 5 dólares y las vuelve a comprar. Las acciones prestadas se devuelven al propietario original y el fondo de cobertura se embolsa una ganancia.
Lejos de suavizar los cambios de precios, al apostar por la caída o la subida de los precios, los fondos de cobertura en realidad prosperan con el aumento de la volatilidad. El nombre del juego es “ir en largo” para hacer subir el precio y “ir en corto” para hacerlo bajar. Y al hacerlo, los “vendedores en corto” pueden llevar a las empresas a la quiebra, con la pérdida de puestos de trabajo y de ingresos para miles de personas.
En el año del COVID, mientras la “economía real” se hundía, los que tenían dinero de sobra y buscaban un rendimiento (bancos, fondos de pensiones, individuos ricos) invirtieron mucho en el mercado de valores, a menudo utilizando dinero prestado (a tipos de interés casi nulos). Y estos grandes inversionistas ponen gran parte de su dinero en fondos de cobertura y buscan que estas supuestas “personas inteligentes” les hagan ganar dinero. Y lo han hecho, a lo grande.
Pero también en el año del COVID, hubo millones de personas que han estado trabajando en casa o han sido suspendidas de su empleo, sentadas en los ahorros que no pueden gastar debido a los bloqueos y sin posibilidad de viajar. Así que muchos se han unido a través de redes sociales como Reddit para apostar en la bolsa.
Recientemente, estos pequeños inversionistas han comenzado a articularse y a acumular potencia de fuego para enfrentarse a las grandes instituciones en sus guaridas de apuestas. Desde principios de año, un grupo de operadores amateurs, organizados en Reddit, han estado jugando en el mercado contra los grandes fondos de cobertura, que habían puesto en corto las acciones de GameStop: un minorista de videojuegos con sede en Estados Unidos. Esta empresa había sufrido mucho durante el año del COVID y se esperaba que quebrara. Los fondos de cobertura se amontonaron para “poner en corto” las acciones.
Pero los pequeños operadores hicieron lo contrario y utilizaron su potencia de fuego para hacer subir el precio de las acciones, lo que obligó a los fondos de cobertura, respaldados por los grandes bancos e instituciones, a recomprar las acciones a precios más altos a medida que se agotaba el tiempo de sus apuestas ‘cortas’ (son contratos a plazo fijo). Como resultado, varios fondos de cobertura “en corto” sufrieron enormes pérdidas (13.000 millones de dólares) y uno de ellos tuvo que ser rescatado por sus inversionistas por valor de 2.750 millones de dólares.
Wall Street está furioso. Los pequeños inversionistas han “amañado” el mercado, claman, amenazando el valor de sus fondos de pensiones y poniendo en peligro a los bancos. Esto es una tontería, por supuesto. Lo que en realidad demuestra es que los mercados financieros están “amañados” por los grandes y son los pequeños inversionistas los que suelen ser “timados” y estafados en este antro de juego. Como dijo Marx, el sistema financiero “desarrolla el motivo de la producción capitalista”, a saber, “el enriquecimiento mediante la explotación del trabajo ajeno, en el más puro y colosal sistema de juego y estafa, y restringe aún más el ya reducido número de explotadores de la riqueza social” (Marx 1981: 572).
Por supuesto, en la batalla actual, el pequeño inversionista saldrá perdiendo al final. El regulador del estado de Massachusetts, William Galvin, ya ha pedido a la Bolsa de Nueva York que suspenda a GameStop durante 30 días para permitir un periodo de enfriamiento. “Esto no es invertir, es apostar”, dijo. ¡No hay problema! Y los pequeños inversionistas ya están viendo cómo los corredores de bolsa y los creadores de mercado (los dueños del casino) les suben las tarifas y los límites de sus operaciones para disuadirles de operar. Y en las altas esferas se habla de “regular” el mercado para impedir que los inversores se “confabulen” contra las instituciones “legítimas” de Wall Street. Ahora el precio de GameStop está retrocediendo.
Para los trabajadores y trabajadoras, todos estos tejemanejes pueden parecer irrelevantes. Al fin y al cabo, la mayoría de los hogares trabajadores tienen pocas o ninguna acción. El 1% de los hogares más ricos posee el 53% de la riqueza bursátil de Estados Unidos, y el 10% más rico el 93%. El 90% inferior sólo posee el 7%. Sin embargo, las pensiones y las cuentas de jubilación de los trabajadores (si es que las tienen) son invertidas por los gestores de fondos de pensiones privados en activos financieros (tras deducir unas comisiones muy suculentas). Por lo tanto, los ahorros que tienen los hogares trabajadores son vulnerables a las actividades de juego de los estafadores del casino financiero, como demostró la crisis financiera mundial de 2007-8.
Lo que demuestra esta pequeña historia de GameStop es que los fondos de pensiones empresariales y personales gestionados por los “inteligentes” son realmente una estafa para los trabajadores y trabajadoras. Lo que se necesita son pensiones financiadas por el Estado que no estén sujetas a la volatilidad del juego financiero. Los grandes fondos de cobertura han sido golpeados en esta última escaramuza por parte de algunos pequeños inversionistas y quieren sacar a estos subalternos del juego. Lo que los trabajadores deberían querer es detener por completo este juego.
[Los originales están en el blog de Michael Roberts, The Next Recession:
“Covid and fictitious capital”, 25 de enero, 2021
“Stop the game – I want to get off!”, 28 de enero, 2021]
Michael Roberts trabajó en la City de Londres como economista por más de 40 años. Ha observado de cerca las maquinaciones del capitalismo global desde dentro de la guarida del dragón. Desde su jubilación, ha escrito varios libros: "La Gran Recesión - una mirada marxista" (2009); "La Depresión Larga" (2016); "Marx 200: una reseña de la economía de Marx" (2018); y junto a Guglielmo Carchedi como editores de "Mundo en Crisis" (2018). Ha publicado numerosos papers en revistas académicas de economía y artículos en publicaciones de izquierda.