El tiempo, mi tiempo, nuestro tiempo, el tiempo de los otros. Aquella fugacidad con la que transcurren los hechos. El tiempo pasa, a veces dejándonos atrás. Sentimos que nos falta tiempo. Las ciencias humanas y sociales nos muestran una crisis de temporalidad en donde esperar resulta difícil. Vivimos en una época – la posmodernidad – en la que vamos despachando rápidamente los sucesos. Hay cierto hastío, una sensación de apatía, de abulia moral. El futuro, la esperanza, aparece confusa. Norbert Lechner habla de una primacía y de una omnipotencia del presente. Pasado y futuro tienden a desvanecerse. El pasado, las tradiciones, dice la posmodernidad, es necesario suprimirlas en vistas al progreso. El futuro, al ser inseguro deja espacio a un exceso de presente. ¿Qué gana el ser humano con esperar, si aparentemente las cosas siguen igual? ¿qué ganamos con construir historia si la historia siempre la han escrito los vencedores? La ansiedad del presente nos va volviendo seres más solitarios. Como dice José María Mardones, filósofo español, vivimos en la época del fragmento. Vivimos en un tiempo sin aroma.
Esto del “tiempo sin aroma” o del “aroma del tiempo”, es una categoría presente en las propuestas filosóficas de Byung-Chul Han, filósofo surcoreano que en el 2009 (edición original) y en 2015 (edición al español en Herder) escribe “El aroma del tiempo: un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse”. En la obra, el autor trabaja sobre la crisis temporal contemporánea, la cual se entiende desde la “atomización” del tiempo, es decir, en torno a la falta de linealidad y progresión de la historia. Al ser un tiempo atomizado, se pierde el sabor o el “aroma” de los sucesos que mueven la historia. Cada hecho es igual a otro, y frente a ese “infierno de lo igual” (otra categoría de B.C.Han) se pierde el sentido y la significación de la vida. El tiempo “sin aroma” provoca una “vida sin significado”. Por ello es crisis, porque nos hace optar entre seguir caminando una historia sin sentido o comenzar a replantearnos ese mismo sentido y asumir un tiempo “con aroma”, con un “aroma agradable” tanto para mi pero también para los otros. ¿Cómo hemos vivido este año 2018 que se nos va? ¿hemos aromatizado nuestros días, hemos dejado un aroma agradable en los días de los demás? ¿es un buen aroma? ¿o un aroma desagradable, nauseabundo?
El libro de Byung-Chul Han, El aroma del tiempo, puede ser abordado desde distintas categorías y reflexiones. De alguna manera el mérito de la filosofía es que no existe una única lectura de la obra. Uno va envolviéndose en los planteamientos según los estados de ánimo, las emociones, las experiencias de vida. Usando términos filosóficos de autores como Emmanuel Lévinas, son las experiencias “pre-filosóficas” las que nos hacen entrar en las reflexiones sobre la existencia humana. Las grandes preguntas que el ser humano se ha realizado desde los comienzos son el patrimonio sobre el cual trabaja la filosofía. El filósofo Carlos Peña, actual rector de la Universidad Diego Portales, recuerda que en la filosofía tenemos un gusto por lo infinito. La experiencia reflexiva y contemplativa que comienza en esta historia nuestra se abre creativamente a lo trascendente: Dios, el mundo, el espíritu, los otros.
Recurriré, en estas líneas, al concepto de lo “contemplativo” muy vinculado con el “demorarse”, categoría que está en el alma del libro de Han. Byung-Chul Han consciente de que nuestra modernidad tecnocrática ha confiado más en la inventiva de las manos, en la producción y acumulación del capital, considera que el “arte de demorarse” supone una revitalización de la vita contemplativa. El concepto está presente en otras filosofías, por ejemplo en los planteamientos de la alemana Hannah Arendt, quien en su obra “La condición humana” reconoce que el paso de una vida contemplativa (de la edad media) a la vida activa (de la modernidad) es un “tránsito espiritual”. Algo cambió en el espíritu humano, que provocó, entre otras cosas, el abandono de los grandes relatos religiosos, filosóficos, metafísicos, poéticos. Se confía más en lo que se produce. La filosofía, en cambio, al no producir nada cuantificable se le mira con desconfianza. Byung-Chul Han dice que esta “revitalización de la vita contemplativa” se enfrenta al “imperativo del trabajo (…) la hiperkinesia cotidiana arrebata a la vida humana cualquier elemento contemplativo, cualquier capacidad para demorarse (…) la crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa en su seno” (El aroma del tiempo, p.10-11).
En razón del exceso del trabajo, de la atrofia del trabajo, de la “sociedad del cansancio” (otra categoría de Han), el tiempo se vuelve problemático en cuanto no existe un sentido global de la vida humana. La atomización de la que hemos hecho mención anteriormente constituye el signo del exceso de vita activa. Han dice que el sujeto actual hace “zapping” entre las opciones de su vida porque no es capaz de finalizar ninguna de ellas. Y al no finalizar ningún acontecimiento de peso existencial “no hay historia ni unidad de sentido que colmen la vida. La idea de la aceleración de la vida para su maximización es errónea” (El aroma del tiempo, p.26). Al no haber historia no hay narración de la misma, no hay mitos fundadores que originen una práctica, no hay tensiones narrativas, ni tramas, ni texturas, peripecias o sentido de caminos. La muerte de la vita contemplativa – rasgo/consecuencia de la “muerte de Dios” de la modernidad, es también la muerte del aroma del tiempo. ¿Estamos percibiendo los cortes, los finales, los umbrales o transiciones de nuestra vida, o estamos en una atomización insignificativa de nuestra propia realidad personal y social?
En la revitalización de la vida contemplativa, del arte de demorarse, del darnos tiempo, de tener un tiempo aromático, acoger y que congregue, es necesario recuperar los mitos originadores de una práctica, de una ritualidad, de un acontecimiento. El mito tiene la cualidad de “estar lleno de significados” (El aroma, p.29). No hay una única voz explicativa del mito. El mito es polifónico, musical, es danza. El mito narrado involucra la voz de todos los que cuentan el mito. El filósofo francés y jesuita Michel de Certeau dice que las texturas sociales de las ciudades, pueblos y comunidades, se tejen con todos esos retazos dispersos. En la narratividad acontece una revalorización del sentido, del kosmos. Al perder el sentido, prácticas como “la promesa, la fidelidad o el compromiso, todas ellas prácticas temporales que crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, que crean una duración, pierden importancia” (El aroma, p.37). Los grandes relatos fundadores de una comunidad humana se articulan desde estas experiencias de promesas, fidelidades, aperturas de esperanza al futuro, a una mejor vida. Son estas cuestiones las que dan sentido y movilizan la vida de los seres humanos. Son estas situaciones las que devuelven al tiempo su aroma.
Byung-Chul Han dice que el tiempo adquiere su aroma “cuando cobra una tensión narrativa o una tensión profunda, cuando gana en profundidad y amplitud, en espacio” (El aroma, p.38). En cambio el tiempo se queda sin aroma “cuando se despoja de cualquier estructura de sentido, de profundidad, cuando se atomiza o se aplana, se enflaquece o se acorta” (El aroma, p.38). El aroma del tiempo se actualiza cuando la poesía, la contemplación, las historias, los cuentos y narraciones se toman el escenario humano. En las formas lingüísticas antes nombradas, acontece lo que autores como Humberto Gianinni define como transgresión del lenguaje, es decir, como una ruptura de la normalidad, de la rutina, de la aceleración. El aroma del tiempo es una gran transgresión del lenguaje, porque invita a detenernos, a demorarnos, a entender que “la existencia propia es lenta” (El aroma, p.95), porque en ella apreciamos “el resplandor de su simplicidad” (El aroma, p.102), “el más del menos” (El aroma, p.111).
Pueden haber otras muchas categorías de Byung-Chul Han que pueden proveernos de reflexiones y prácticas sociales para este tiempo de aceleración. Dejo la invitación que podamos conseguir su obra y poder empaparnos de una filosofía cercana, amigable, provocativa, lúcida, impertinente. La filosofía siempre ha tenido un carácter crítico, argumentativamente contestario, humanamente movilizador. Al finalizar este año 2018 y prepararnos para el comienzo del 2019, creo que apostar por este “otro tiempo” al que nos invita Byung-Chul Han es una apuesta para renovar nuestra propia humanidad desde la simplicidad, la lentitud, el más del menos. Aprender de la contemplación, de la mística, de las grandes tradiciones religiosas, filosóficas, culturales, de las tradiciones y sabidurías populares, constituye una escuela permanente que desbarata la normalización de ciertas prácticas alienantes y que coartan la vida humana. Hemos de trabajar, constantemente, por dar al tiempo su auténtico aroma.