Autonomismo y poder popular [PP] no son sinónimos. El autonomismo es un ideario que no sigue los criterios táctico-estratégicos del socialismo ni del marxismo. Puede haber proyectos autonomistas anarquistas, liberales e incluso conservadores; el desarrollo del PP es socialista y marxista.
Si este proyecto deja de lado marxismo y socialismo, se vuelve autonomismo o anarquismo. Es la ilusión del comunismo sin socialismo, es decir, del comunismo sin periodo de transición que permita la superación de la sociedad capitalista. Es “idealismo comunista”.
Este idealismo comunista plantea el PP como medio y como fin. Es cierto que la locución posee un valor prefigurativo: la sociedad utópica aquí y ahora. Pero no se hace cargo de las profundas limitaciones y obstáculos que se deben enfrentar, sobre todo en una formación social como la chilena hoy.
Sin embargo, no es menos cierto que debido a la debacle de los “socialismos reales”, la burocratización, el autoritarismo y la estatización, además de la osificación del marxismo, los idearios del PP fueron autonomizándose del real significado del socialismo y del marxismo, surgiendo grupos bajo la identidad “libertaría”, “rojo y negro”, de “cultura miristas”, o abiertamente “comunistas”. Esto permitió en Chile mantener el compromiso revolucionario, a pesar de las derrotas autoritarias y neoliberales. Pero con el tiempo, en su forma radical, estas experiencias asumieron un ideario “autonomista” que independizó la noción del PP respecto al socialismo, entendido como periodo de transición de la sociedad capitalista a la sociedad comunista[1].
De esta manera, por otra vía, que no es de ruptura (el autonomismo se plantea una ruptura respecto del socialismo), sino del difuminado, el PP se ha confundido con el autonomismo.
Recuperar socialismo y marxismo para el desarrollo del PP es de suma importancia. Sin estos, las organizaciones identificadas con este ideario no podrán ser nunca una opción política alternativa y real al capitalismo.
EL PODER POPULAR [PP]
Es por todos reconocido que los debates acerca del desarrollo del PP han sido más bien ideológicos, antes que verdaderamente políticos y económicos; que han asumido una consistencia rígida, una posición dogmática y testimonial, en vez de sostenerse en las prácticas políticas de construcción de proyecto, organización y disputa de la correlación de fuerzas; y que no se sostienen en prácticas reales de relaciones de producción.
En Chile, son sumamente minoritarias las experiencias productivas que las organizaciones identificadas con la construcción de PP han realizado. Estas experiencias son más bien pedagógicas o culturales. Los huertos urbanos, por ejemplo, muy excepcionalmente permiten la alimentación de una comunidad. Las escuelas populares y los talleres de salud comunitarios, no logran que las personas se independicen de la educación y la salud proporcionadas por el Estado o el Mercado. Y las protestas, barricadas o marchas, no son sino formas que asume la contienda política y recursos de movilización.
No obstante, a pesar de las inmensas limitaciones y obstáculos con los que se encuentran las organizaciones que se identifican con este ideario, éstas tienen claridad de qué quieren decir con “crear poder popular”. El problema es que muchas veces confunden sus sueños con la realidad…
Con “construcción del poder popular” se quiere expresar el proceso donde las comunidades generan sus propias formas organizativas, productivas, educativas, etc., de forma independiente al Estado o al Mercado. Este proceso, que es parte del proyecto de superación del capitalismo, tiene distintas vías políticas: la anarquista, que plantea la destrucción (abolición) del Estado; la autonomista, que plantea la independencia del Estado; y la socialista, que plantea la disolución del Estado en la propia sociedad organizada hasta que éste llegue a “extinguirse”… Las vías anarquistas y socialistas conllevan un enfrentamiento con el Estado, el autonomismo no, al menos no como iniciativa propia.
Es decir, hablamos de PP cuando las distintas expresiones de la sociedad civil organizada asumen progresivamente las tereas del Estado y del Mercado. Estas tareas pueden ser políticas o jurídicas: una comunidad puede actuar de forma independiente a los representantes electos o designados bajo las normas de un régimen político. Y pueden ser económicas: una comunidad puede abastecerse de los alimentos producidos por sí misma o gestionar por sí misma la producción.
Con PP también se quiere expresar una forma de construcción política, antiburocrática, asamblearia, horizontal, participativa, directa, profundamente democrática, de base. En este sentido, el PP, por muy limitado que sea, expresa su valor en tanto horizonte y a la vez, como prefiguración de la sociedad que se quiere construir[2].
El problema es que para todo esto ─el PP como proyecto productivo y político─, no basta la sola voluntad ni las capacidades propias de personas, organizaciones o comunidades. Hay una serie de determinantes: formas productivas, niveles de consumo, valores, tradiciones, etc.
El PP como pura consigna ideológica ─que no se puede alzar como verdadera alternativa política y económica, que se queda tan sólo en las organizaciones revolucionarias y jamás pasa a la comunidad, que se queda en las experiencias pedagógicas y jamás pasa a la producción─, puede llegar a ser incluso él mismo límite y obstáculo para la superación de status quo.
Las organizaciones del PP se vuelven un obstáculo cuando sus postulados se tornan rígidos, se vuelven inflexibles y testimoniales, se vuelven dogmáticas; cuando no son capaces de comprender las necesidades reales y cotidianas de las personas; cuando apuestan tan sólo por una vía, la suya, menospreciando cualquier otra táctica o estrategia. ¿Cuáles son las formas de estas inflexibilidades, de estos dogmas? Algunas de estas pueden ser:
La desviación militarista, que esencializa el enfrentamiento militar en vez de comprenderlo como una forma específica que adopta la lucha de clases y la contienda política en una coyuntura determinada. Lo peor de esta desviación es que ni siquiera se hace cargo de sus propios postulados: las organizaciones y personas que adoptan este dogma, ni siquiera pueden generar las condiciones mínimas para la resistencia. Más aún: incluso las organizaciones revolucionarias que lo hicieron, con valor, habilidad y completa entrega, fueron derrotadas[3].
La desviación culturalista, que cree que sólo cambiando las prácticas cotidianas se transformará el mundo y olvidan cuatro elementos cardinales: el poder, la correlación de fuerzas, la hegemonía y la lucha de clases. Algunas organizaciones feministas, vegetarianistas, animalistas, de talleres con niñas y niños, colectivos universitarios, etc., no son capaces de incorporar en sus prácticas organizativas elementos reales de disputa de poder.
La desviación aparatistas o vanguardista, que plantea que sólo el Partido puede introducir a las masas la conciencia revolucionaria y la línea política correcta. Otro error que puede adoptar el vanguardismo es tomarse a sí mismo como el movimiento revolucionario en su totalidad.
Pero más allá de todas las inflexibilidades y dogmatismos que en un momento dado se pueden cometer (o revertir), hay un elemento central que se encuentra en todas las desviaciones; este es: la tesis del poder dual o poder paralelo.
El militarismo adopta la tesis del poder dual cuando se plantea la construcción de un ejército popular paralelo al ejército profesional al que hay que enfrentar y derrotar; el culturalismo lo hace cuando quiere generar experiencias que “no se toquen”, que no se “mancillen”, que sean independientes al Estado o al Mercado, como escuelas, centros de salud, huertos, bibliotecas, etc.; y el vanguardismo, cuando quiere proponer espacios de decisión y acciones políticas paralelas a las instituciones representativas de los regímenes políticos existentes.
LA TEORÍA DE LA DUALIDAD DE PODERES
Este es el principal error del PP entendido como medio y como fin, expresado desde el idealismo comunista: la tesis de que el propio PP alzará sus organizaciones, políticas y productivas, de forma paralela e independiente al Estado, se volverán hegemónicas y lo reemplazaran de forma definitiva.
La dualidad de poderes como tesis política ha sufrido la más grande de las derrotas: el cambio histórico. Ya ni siquiera depende de los medios o capacidades que un proyecto político posea: que los militaristas tengan una gran fuerza castrense o los vanguardistas un partido bolchevique profesional. Se ha producido ─como veremos más adelante─ una transformación radical en la sociedad, en el Estado y en el Mercado, en la subjetividad y en la cultura, que hace inviable la estrategia del poder dual.
Esto quiere decir que la transformación revolucionaria de la sociedad sólo será posible integrando, complementando, el desarrollo del PP con la conquista de la autonomía relativa del Estado. Esto se puede denominar como Proyecto Popular.
La teoría de la dualidad de poderes se diferencia del autonomismo en el sentido cardinal de la disputa por el poder. Lo que llamo “autonomismo” se expresa en las teorías de John Holloway sintetizadas en la consigna “cambiar el mundo sin tomar el poder”[4]… La teoría marxista del socialismo plantea la necesidad histórica de un periodo de transición hacia el comunismo, donde el ejercicio del poder del Estado por parte del pueblo organizado en clase (trabajadora) es fundamental… Y esta necesidad del ejercicio del poder se manifiesta en todo momento: las limitaciones ya contundentes del zapatismo demuestran que el ejercicio del poder es un requerimiento para la construcción de una alternativa política, de la construcción hegemónica y profundización del PP; y las experiencias cubanas, venezolanas, bolivianas, por nombrar algunas, y la misma experiencia de la UP en Chile, demuestran que el ejercicio del poder es fundamental para hacer frente al Imperialismo y a la reacción de la burguesía nacional y transnacional (lo que, ciertamente, no asegura el triunfo por sí mismo).
Espero que se entienda que esquematizo. Por mucho que uno critique las tesis de Holloway, es innegable que no se pueden confundir con la experiencia zapatista misma y que ésta ha entregado elementos tanto valóricos como económicos y políticos trascendentales, por ejemplo, la idea de poder obediencial del buen gobierno: mandar obedeciendo[5].
La idea de un poder paralelo y externo al Estado fue la concepción de Lenin y Trotsky respecto a cómo construir el socialismo y, de una manera más compleja, de Gramsci (pero no una idea de Marx)…
La idea básica es que (para Lenin y Trotsky) el Estado es una “máquina de dominación”, es un Estado-objeto copado completamente por los intereses de la burguesía. Por lo tanto, la lucha revolucionaria debe crear su propio órgano de poder (los soviets), completamente independientes del Estado-objeto. Este segundo poder (el soviet) debe ir asumiendo las tareas del viejo Estado hasta el momento del enfrentamiento, donde sólo uno de los dos puede triunfar…[6]
La idea de Gramsci se diferencia, en primer lugar, en la limitación de la concepción de un Estado-objeto. No crítica la existencia de un Estado-objeto, sino que crítica la idea de extrapolar esa concepción y su existencia empírica de las realidades Orientales a las Occidentales[7].
Gramsci no habla de Estado-objeto sino de “Estado restringido”. El Estado restringido es el Estado como máquina de dominación, o sencillamente, la dominación organizada. Que no se traduce a la realidad Occidental, donde la existencia de un “Estado ampliado” se extendía a las distintas naciones “desarrolladas”. El Estado no sólo es dominación, sino que también hegemonía… Esta doble concepción del Estado, que Gramsci denominó como el “centauro maquiavélico”, es políticamente necesaria, tanto para quienes mantienen la concepción del Estado-objeto (marxismo ortodoxo), como para quienes poseen una concepción del Estado-sujeto, es decir, el Estado que sólo es hegemonía o que se concibe por sobre la lucha de clases, que es la concepción socialdemócrata… El Estado no es sólo dominación, pero tampoco es sólo hegemonía. El Estado es un centauro, es dominación y es hegemonía[8].
Esta idea llevó a Gramsci a plantear dos estrategias diferentes para Oriente y para Occidente. Para Oriente, la guerra de movimientos o maniobras, es decir, el enfrentamiento abierto, frontal, contra el Estado. Para Occidente, la guerra de posiciones…[9]. El Estado ya no tiene un estatuto restringido, sino que se ha ampliado: no sólo es dominación organizada, es también consenso, legitimidad; no sólo es ejército y aduanas, es también hospitales, salud, escuelas, educación, seguro de desempleo, jubilación, etc.
El Estado tiene legitimidad y genera consensos. Por lo tanto, una guerra de movimientos posee mayores obstáculos, tanto materiales como organizativos así como ideológicos y subjetivos… La guerra de posiciones es entonces la estrategia que se debe seguir, que no es más corta que la guerra de movimientos pero sí más segura: para obtener la mayoría política previamente hay que triunfar en la batalla cultural, porque sin esta última, la mayoría política está destinada a derrumbarse. En esto consiste la generación de una contra-cultura y la acción de los “intelectuales orgánicos”, que deben ir erigiendo hegemonía, donde las experiencias populares (educación popular, salud comunitaria, expresiones artísticas, etc.) deben ir asediando al Estado… hasta que llegue el instante del enfrentamiento, donde el Estado instituido, conservador, pierda hegemonía, volviéndose sólo dominación, momento donde se ha de asumir la toma del poder político…
En la concepción gramsciana persiste la idea de poder dual o paralelo. El Estado sigue siendo externo a la contra-cultura. No es ya un Estado-objeto o restringido, pero las luchas revolucionarias, bajo la estrategia de la guerra de posiciones, siguen siendo externas a él.
Mientras los socialdemócratas creen que el Estado se sitúa, o puede situarse, por sobre la lucha de clases, los socialistas plantean que aquella es el fundamento del Estado. De ahí la principal idea de Marx, Lenin y Mao: la centralidad de la lucha de clases. Pero la cuestión en debate es que el Estado, así como la Democracia, no es un “instrumento de la clase dominante”, solamente… Estado y Democracia son el resultado mismo de la lucha de clases.
Rosa Luxemburgo lo planteó claramente, criticando a Lenin y su concepción de la “democracia burguesa” como algo que simplemente hay que suprimir instaurando una “democracia socialista”[10].
Ciertamente Luxemburgo plantea que en la democracia burguesa hay una semilla de desigualdad y sujeción social, pero también un núcleo social, conquistas de la clase obrera, conquistas del pueblo; la libertad y la igualdad formal hay que superarlas, no podemos limitarnos a esas envolturas, pero eso no significa que hay que abolir toda democracia; hay que llenarla de un nuevo contenido.
Asimismo, tanto en el problema de la Democracia como del Estado, hay que incorporar el análisis relacional de Nicos Poulantzas: no son sólo instrumentos de la burguesía, son además instituciones resultantes de la lucha de clases; no son exclusivamente reflejos exactos de los intereses de las clases dominantes, también son conquistas de las clases subalternas[11].
El Estado no es solamente una “máquina de dominación” (como creía Lenin y lo repitió vehementemente incluso tras la toma del Palacio de Invierno[12]); sí es dominación, sí está atravesado por la lucha de clases (a diferencia de lo que creen erróneamente los socialdemócratas); pero también es hegemonía, consentimiento, legitimidad… No debemos rechazar la democracia como si fuera una simple democracia burguesa, pero sí hay que transformarla. Lo mismo el Estado. Hay una necesidad de transformación, de ruptura, de sublevación… Pero el Estado no es únicamente coerción, dominación, represión. También crea, transforma, produce realidades, etc. El Estado es un campo de batalla, una “condensación material de una relación de fuerzas”[13].
PODER POPULAR [PP] Y CONCIENCIA SOCIALISTA
La idea de PP se sistematiza principalmente en América Latina a partir de dos experiencias: la Teología de la Liberación en Centro América y el MIR en Chile. Ni el PRT ni Tupamaros ni el Movimiento 26 de Julio, desarrollan la consigna “crear poder popular” de forma manifiesta. Esto no quiere decir que no esté presente en las luchas revolucionarias, ya sean anteriores o diferentes a la Teología de la Liberación y al MIR chileno.
El PP está en directa relación con la máxima marxista: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos[14]. Y las experiencias de la Comuna de Paris (1871), los Soviet en Rusia (1905 y 1917) y los Consejos de Fabrica en Turín (1919-1920), son expresiones del PP. Asimismo, podemos encontrar este sentido en la obra de Luis Emilio Recabarren y su movimiento de mancomunales y cooperativas.
Pero el asunto central no es si el PP proviene de tal o cual tradición o experiencia. La cuestión central es si acaso está o no mediado por la conciencia socialista.
Incorporar la conciencia socialista o el marxismo, significa la toma de conciencia de la necesidad histórica de un periodo de transición antes de que nazca la sociedad comunista. Significa también una concepción compleja de la contienda política en el sentido de que ésta es tanto extra-institucional como institucional, de rupturas efectivas así como de reivindicaciones inmediatas, de utilización e insturmentalización de las instituciones burguesas así como el desarrollo de experiencias autónomas y autogestionarias. Esto es tanto o más necesario cuando las luchas revolucionarias por la transformación de las relaciones de producción capitalistas son locales, nacionales, regionales y mundiales.
La conciencia socialista o el marxismo nos permiten soslayar la confusión respecto a qué es el PP. El PP no es socialismo, aunque sin él no haya socialismo, en el sentido de “socialismo societal” (Mazzeo) y en contraposición al “socialismo de Estado”. El PP tampoco es comunismo o “sociedad comunista”, y quienes rechazan la necesidad histórica de un periodo de transición se denominan “anarquistas”.
Otro tema cardinal respecto al PP que plantea la conciencia socialista es la cuestión del poder. Que el poder es necesario, es ineludible para todo proyecto revolucionario. No es posible cambiar el mundo sin tomar el poder. El poder no es una cosa, un objeto o un lugar, sino un conjunto de relaciones de fuerzas…
El PP es popular porque el sujeto que lo encarna es el pueblo. El sujeto que encarna el PP es el “pueblo” en el sentido expresado por Fidel en La historia me absolverá[15].
Fue necesario recurrir al pueblo como sujeto puesto que, en América Latina, la clase obrera como sujeto encontró históricamente una serie de obstáculos y expresó un conjunto de limitaciones, tanto objetivas como subjetivas (subdesarrollo, chovinismo, heterogeneidad, integración al capitalismo de Estado y al Estado desarrollista, etc.), muchas de ellas derivadas de las estrategias de modernización al capitalismo, iniciativas provenientes especialmente de la socialdemocracia (que abandonó la lucha de clase).
Es primordialmente en los países del así llamado Tercer Mundo y en particular en América Latina, donde el pueblo encarna al sujeto revolucionario, a partir de los Movimientos de Liberación Nacional, donde se condensan elementos marxistas, socialistas, comunitarios (campesinos e indígenas), de la teología de la liberación y nacional-populares.
Para el marxismo, heterodoxo y crítico, el pueblo como sujeto persiste, por un lado, en una relación estratégica con la clase obrera (que en teoría sigue siendo el sujeto revolucionario), y por otro, en la lucha de clases (a diferencia de la socialdemocracia); es decir, el pueblo, en su heterogeneidad, sigue siendo un sujeto clasista.
Ahora bien, el pueblo no es, por así decirlo, objetivamente revolucionario, como tampoco lo era la clase obrera para Lenin. Lenin decía que la conciencia transformadora más profunda de la clase obrera era la tradeunionista (o corporativista) y que la conciencia revolucionaria sólo podía ser incorporada externamente por medio del Partido Revolucionario[16].
El pueblo debe constituirse como sujeto revolucionario, y esto no se realiza por medio de una externalidad que sopla en él la conciencia revolucionaria, sino que se realiza en la ruptura institucional, resistencia, la ofensiva y la mantención de la revolución. De hecho, las revoluciones socialistas ─Rusia, China, Vietnam, Cuba─, han sido revoluciones de carácter nacional-popular que en el transcurso de la lucha, las determinaciones históricas y por iniciativa y capacidad de sus direcciones se han vuelto socialistas.
TRES FORMAS DE PODER POPULAR [PP]
Mazzeo propone tres grandes concepciones o significados de “poder popular”. 1. Como medio para un fin; 2. Como medio sin fin; y 3. Como medio y como fin. La primera es una concepción instrumentalista y se caracteriza por la “sustitución” de los actores subalternos por la de los “revolucionarios profesionales”. La segunda concepción se puede ejemplificar con la teoría de John Holloway: cambiar el mundo sin tomar el poder. Y el tercer significado o uso, que es el que él plantea, es la utopía prefigurativa en el aquí y el ahora[17].
Nosotros proponemos otras categorías: 1. Como autonomismo; 2. Como dualidad de poderes; y 3. Como comunidad soberana o soberanía comunitaria. ¿Qué es el PP como comunidad soberana?
Es, en primer lugar, el PP mediatizado por la conciencia socialista o el marxismo. No en el sentido cientificista de “introducido desde fuera” al modo de Lenin, sino en el doble sentido de que la emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de los trabajadores mismos[18] y el proyecto final es el de una sociedad basada en la libre asociación de los productores[19].
Es el desarrollo de formas anticipatorias o prefigurativas de la sociedad comunista, lo que Mariategui denominó “elementos de comunismo práctico”, Althusser “islotes de comunismo”, Mazzeo “la utopía aquí y ahora” y Luis Emilio Recabarren el inicio de un “modo de vivir socialista”.
Es, también, el desarrollo de las capacidades autogestionarias de los sectores subalternos para independizarse de las clases y las instituciones burguesas, es decir, una forma de acumulación de fuerzas y gestión de la producción.
Es una forma, y no la única forma, de acumulación de fuerzas, por dos razones: primero, porque el PP no se puede desarrollar a sí mismo sino hasta ciertos límites (debido a las transformaciones de la sociedad y la subjetividad, la autonomía del Estado y el Mercado, los años de dictadura y neoliberalismo, el individualismo, consumismo, etc.), y requiere, durante un periodo importante y sostenido, del apoyo del Estado y del Gobierno popular y revolucionario. Por lo tanto, la segunda forma de la acumulación de fuerzas para la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista por parte de los sectores subalternos y oprimidos, es el manejo de la coyuntura de la autonomía relativa del Estado. Es en este sentido que el proyecto socialista, para triunfar, requiere del manejo de la espada de doble filo: poder popular y coyuntura de la autonomía relativa del Estado.
Ahora bien, ¿por qué llamarlo poder soberano de la comunidad? Es soberano en el sentido de que se plantea el ejercicio efectivo del poder, de las decisiones políticas, de la producción, es decir, refiere a la autodeterminación y la autonomía. Y es de la comunidad en el sentido de que no es de la Nación o del Estado.
Además, es de la comunidad porque las experiencias de PP pueden estar relativamente aisladas unas de otras (juntas de vecinos, fábricas recuperadas, sindicatos, control comunitario de escuelas, autonomías indígenas, etc.). Pero para su íntegro desarrollo deben conformar un bloque histórico subalterno, conquistar el poder político y transformarse en Estado socialista, un Estado de transición, que “no es ya un Estado en el sentido estricto”[20].
Y esto significa que debe transformarse en una alternativa factible y hegemónica (asociación de productores; municipios socialistas; cooperativas; autonomías indígenas). Debe institucionalizarse (lo que no quiere decir necesariamente, aunque siempre es un peligro, burocratizarse). Y esa institucionalización es la constitución, primero, de un bloque histórico subalterno (que haga frente al bloque histórico dominante que perdió su hegemonía o está en vías de perderla), luego, de un Gobierno Popular (que sea capaz de hacer frente a la reacción de la burguesía y del Imperialismo), y prontamente, tras una serie de luchas y rupturas, trasformaciones institucionales radicales, de un Estado popular, socialista. Es el recorrido del poder constituyente plebeyo: un bloque histórico popular, un Gobierno Popular y un Estado Popular que no deje de tener, potenciar, reproducir, los órganos autónomos del PP. Porque, independiente a nuestros deseos, el PP sólo alcanzará el mayor estadio de desarrollo con el apoyo del Gobierno y del Estado popular, Socialista y Revolucionario (de allí las Misiones y las Comunas en Venezuela, las Autonomías en Bolivia, las Cooperativas en Cuba). Lo que no significa (aunque siempre es un peligro) que se coopte, clientelice o burocratice. Pero pensar que el PP puede desarrollarse por sí sólo es confundir la realidad con nuestros deseos.
Además, considerando la actual correlación de fuerza (histórica y estructural y no sólo coyuntural), no es cierto que seamos más fuertes, por fuera, al margen y en contra de la institucionalidad. La guerra de posiciones (Gramsci) puede resultar estéril bajo la actual asimetría de poder entre los débiles, aislados y fragmentados sectores populares y transformadores, y los conservadores o continuistas, quienes poseen bajo su control los medios de comunicación, la opinión pública, los grandes teatros y cines, las redes de bibliotecas, las editoriales, las empresas privadas de salud, educación, etc.
Y a todo esto se agrega que la lucha revolucionaria por el socialismo (en tanto periodo de transición hacia el comunismo) y la revolución misma, son, por lo menos, de carácter nacional, pero fundamentalmente no puede ser sino regional o continental.
PODER POPULAR [PP] Y LA CUESTIÓN DEL ESTADO
¿En qué se distingue el PP como soberanía comunitaria, a las concepciones autonomistas y de poder dual? Primero que todo, en la concepción del poder y del Estado. No profundizaré en el tema de que el poder no está sólo en el Estado. El poder no está sólo en el Estado, ni toda lucha por el poder es una lucha por el poder del Estado… Sin embargo, esto no quiere decir que el poder está en todas partes. Ciertamente hay relaciones de poder y luchas que son cotidianas. Pero socialistas y marxistas reconocen una lucha y un poder fundamental, que de alguna manera estructura todas las otras: la lucha de clase y la explotación[21].
La existencia de la lucha de clases y de la explotación nos lleva a concebir al Estado como un lugar de relaciones estratégicas de la lucha revolucionaria. No el único, no el más importante. Las luchas de la contra-cultural, de la guerra de posiciones, quizá sean las más importantes, porque constituyen el soporte de la hegemonía revolucionaria. Y la revolución no puede ser sólo dominación… Pero el Estado sí es un lugar de relaciones estratégicas.
Primer elemento: El Estado no es ya un objeto (marxismo ortodoxo) o un sujeto (socialdemocracia). Es un lugar de relaciones, y es, al mismo tiempo, ya una relación, puesto que la idea de “lugar” por sí sola mantendría cierta posibilidad de externalidad. El Estado es una relación y al mismo tiempo un lugar de relaciones estratégicas[22].
Segundo elemento: el Estado-relación no sólo es dominación, sino también consenso, legitimidad, hegemonía. Lo que se traduce empíricamente en el hecho que el Estado no tiene ya la condición de “restringido”, sino de “ampliado”; no es sólo ejército, fronteras y parlamento, es también hospitales, salud, escuelas, universidades, educación, seguridad social, jubilación, municipios. Lo que se traduce ideológica y subjetivamente a una dependencia histórica cada vez más profunda…
El Estado no sólo son los poderes del Estado, sino que todo aparato que participe de la reproducción de “las ideas” del Estado, que son “las idas de la clase dominante” (Marx). Esta concepción es el aporte de la teoría de los Aparatos Ideológicos de Estado (Althusser) y su distinción respecto a los Aparatos Represivos del Estado. Los medios de comunicación, las escuelas, ¡las iglesias!, etc., son aparatos ideológicos de Estado en tanto que participan de la reproducción de las ideas del Estado capitalista, que son las ideas de clase dominante[23].
Esto no quiere decir que todas “las ideas” son de la clase dominante. Eso significaría la imposibilidad de una contra-cultura. Pero más aún: esto tampoco quiere decir que “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes”[24] siempre y en todo momento. Ciertamente la clase dominante tiene la capacidad de integrar ideas provenientes de las clases subalternas y las vuelve así suyas, bajo sus sellos y valores, bajo sus prismas e intereses de clase (de eso depende la mantención de la hegemonía: de la incorporación de las contradicciones)… Pero esto no soslaya el hecho de que sean ideas de las clases subalternas: ni la limitación de la jornada laboral, ni el establecimiento de periodos de descanso, ni la seguridad social, ni la creación de sindicatos, ni el sufragio libre, universal y secreto, ni la misma democracia liberal, por nombrar algunos elementos, son ideas de las clases dominantes. Son, por el contrario, conquistas de las clases subalternas. Fueron, en un momento, alteridad…
El Estado no es entonces una exterioridad de las luchas populares. Las luchas populares atraviesan el Estado. Este es el tercer elemento… Ciertamente las luchas populares, que atraviesan el Estado, no se cristalizan en éste. De hecho, quienes las cristalizan son las clases dominantes. Para el socialismo y el marxismo, las clases subalternas no pueden limitarse a ser “incluidas” en el Estado, sino que deben estar orientadas a “transformar” al Estado, hasta su disolución.
Primer elemento entonces: el Estado-relación es un lugar de relaciones estratégicas. Segundo elemento: el Estado es dominación-coerción y hegemonía-consenso (no sólo una máquina de dominación). Tercer elemento: el Estado está atravesado por las luchas subalternas, no siendo exterioridades excluyentes. Y cuarto elemento: las luchas subalternas, la lucha revolucionaria, se dan en el Estado.
El Estado, decíamos, según la concepción ampliada de Gramsci, no es sólo dominación, sino también consenso, legitimidad y hegemonía. Pero agregábamos que, sin embargo, aunque Gramsci distinguía dos estrategias distintas según se trate de Oriente u Occidente, la guerra de movimiento o la guerra de posiciones, se mantenía en la lógica de una dualidad de poderes, la contienda entre la “cultura” y la “contra-cultura”, que debían enfrentarse inevitablemente[25].
Considero que las contiendas entre las fuerzas del trabajo y del capital son inevitables. Decir algo distinto significaría el abandono de la principal idea marxista: la lucha de clases y la explotación. Contienda a la que debe integrarse la idea “rupturas efectivas” (Poulantzas[26]). Debe darse la contienda y deben darse rupturas… Lo que aquí se cuestiona es la existencia separada de una “cultura” y una “contra-cultura”, el enfrentamiento entre una “dualidad de poderes”, el enfrentamiento entre el Estado burgués y el soviet, por así decirlo.
Primero, por una cuestión práctica: si este enfrentamiento se diera, las clases subalternas serían irremisiblemente derrotadas. Esto en todos los ámbitos: las necesidades sociales históricamente determinadas hoy superan a toda experiencia comunitaria (incluso indígenas de la amazonia, en Brasil, Perú o Bolivia, poseen hoy la reivindicación por la salud pública, por dar un ejemplo, aunque con sus propias identidades; pero en definitiva, no viven en un legendario estado “natural”)… Y para qué decir en el ámbito militar: el enfrentamiento entre el ejército regular (especialmente en Chile) y un ejército popular, no se revolverá sino con la derrota de éste último; o en el mejor de los casos, por un empate catastrófico (como el de las FARC en Colombia).
Y segundo, por una cuestión histórica: el Estado se ha desarrollado como nunca, irradiando todos los ámbitos de la vida (salud, educación, trabajo, protección, transporte, valores, beneficencia, sexualidad, entretenimiento, etc.). Incluso quienes trabajan, se educan o atienden su salud como “privados”, “en privados”, en ong’s o en el “mercado”, no lo hacen sino en el Estado.
Esto es lo que se puede llamar la universalidad del Estado. No una universalidad del tipo hegeliano: el Estado es la realización del ser, la autoconciencia, la racionalidad en sí para sí, etc. Sino en el sentido marxista: el Estado es la única institución que ha sido capaz de universalizarse, de asumir todos los requerimientos sociales, de abordar todas las necesidades sociales históricamente determinadas. Cuando Marx plantea en el texto “La Guerra Civil en Francia”, que la Comuna (de Paris) es la forma histórica para el desarrollo del comunismo, así como las granjas de los campesinos rusos (en uno de los Prefacios de “El Manifiesto…”), y Lenin y Trotsky incorporaron los soviets como formas de organización de esas Comunas, o Mariátegui habla de “elementos de comunismo práctico” en los indígenas del Altiplano, y Luis Emilio Recabarren se plantea el proyecto mancomunal, de cooperativas y municipios populares, están hablando de esa universalidad. Hoy, por las determinaciones históricas y por la persistencia del modo de producción capitalista y la dominación-hegemonía burguesa, esta forma universal sigue siendo la del Estado[27].
Por lo tanto, la lucha revolucionaria, por la construcción del socialismo, se dará al interior del Estado-relación, cuando las clases subalternas desplieguen su soberanía comunitaria, su PP, en la transformación de las instituciones del Estado en vista a rupturas efectivas y su extinción… Y esto será así porque las luchas subalternas siempre han atravesado el Estado, teniendo conquistas, derrotas y suplantaciones. Pero el punto central es que no es posible la destrucción del aparato del Estado en tanto externalidad (anarquismo), sino su transformación por los órganos de PP que irán asumiendo sus tareas. Lo que se ha denominado la transformación de una sociedad de matriz Estado-céntrica hacia una sociedad Socio-céntrica: la disolución del Estado en la sociedad[28].
En términos prácticos, el ejemplo más claro de esto lo da Nicos Poulantzas: no habrá un enfrentamiento entre el ejército regular y un ejército popular. Lo que habrá es un copamiento de las clases subalternas, sus prácticas, sus valores, su cultura, en el ejército regular, tanto en el ámbito de los oficiales como los soldados; donde un sector importante se pasará al bando del bloque popular[29]. Y lo mismo se puede pensar desde los municipios, como lo hacía Luis Emilio Recabarren, en tanto estructuras descentralizadas de poder[30].
Del mismo modo sucederá con la democracia. Como escribía Rosa Luxemburgo, no se trata de abolir la democracia (la “democracia burguesa” la llamaban peyorativamente Lenin y Miguel Enríquez). Sino que la democracia representativa se profundizará con elementos e instituciones de la democracia participativa, directa, de los pueblos, de las comunidades.
Todo esto se ha conceptualizado como la coyuntura de la autonomía relativa del Estado. La autonomía relativa se distingue del momento instrumental, que es cuando las clases dominantes o sus representantes ocupan el aparato del Estado; la autonomía relativa es entonces cuando sectores de las clases subalternas acceden al aparato del Estado o a ciertas estructuras de manera autónoma[31].
EL PROYECTO POPULAR
La lucha revolucionaria, por la construcción del socialismo, se dará al interior del Estado, cuando las clases subalternas desplieguen su soberanía comunitaria en la transformación de la institucionalidad, aprovechando también para ello la coyuntura de la autonomía relativa. Esta tarea va acompañada, al mismo tiempo, de la guerra de posiciones, del despliegue de una contra-cultura, de autonomías: pero no para crear un poder dual o cambiar el mundo sin tomar el poder… sino porque estas luchas, las luchas por el poder popular, son las principales formas para la construcción de la hegemonía de las clases subalternas: solidaridad, cooperación, compromiso, comunitarismo, etc. En ellas radica el futuro del socialismo y de la revolución, para que no se estanque, empantane o retroceda.
El poder popular es la identidad misma del socialismo que queremos: no un socialismo de Estado, sino un socialismo que genere rupturas efectivas contra el capital, es decir, contra el valor de cambio, y se oriente a la construcción de las Comunas y las “granjas”, fortalezca los “soviets” (en la URSS se disolvieron), los cordones industriales, las autonomías indígenas, empodere y reproduzca los “elementos de comunismo práctico”, los universalice, es decir, que el valor de uso triunfe por sobre el valor de cambio.
Como se ve, el poder popular como poder soberano de las comunidades, no es una “estrategia” en sí misma, que deba uno preferir en vez de la conquista del poder político. Es un elemento fundamental en la construcción del socialismo (yo diría en la construcción del socialismo democrático). Tampoco es una táctica, pues eso significaría la burocratización del proceso revolucionario (lo que pasó en la URSS). El poder popular es un lugar de relaciones estratégicas, así como lo es también el Estado.
Si con la consigna izquierdista la lucha estratégica es por fuera, al margen y en contra de la institucionalidad, se quiere decir en contra del Estado neoliberal y el actual momento instrumental, entonces coincido plenamente con el izquierdismo. La ruptura en esto es fundamental. Pero sí se quiere expresar que el único lugar de relaciones estratégicas es el poder popular (bajo la estrategia del poder dual o del autonomismo), entonces no coincidimos. Tanto el poder popular como el Estado son lugares de relaciones estratégicas: es lo que Rodrigo Ambrosio denominó la espada de doble filo[32].
Notas
[1] Marx, Karl. Glosas marginales al programa del partido obrero alemán.
[2] Mazzeo, Miguel. El sueño de una cosa: introducción al poder popular. Capítulo 1.
[3] Pozzi, Pablo; Pérez, Claudio (Editores). Por el camino del Che. Las guerrillas latinoamericanas, 1959-1990.
[4] Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. Capítulo 1, sección V.
[5] García Linera, Álvaro. El zapatismo: indios insurgentes, alianzas y poder.
[6] Trotsky, León. Historia de la revolución rusa, vol. 1, La dualidad de poderes. Lenin. La dualidad de poderes, ¿Ha desaparecido la dualidad de poderes? y Todo el poder a los soviets.
[7] Gramsci, Antonio. Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal.
[8] Gramsci, Antonio. (sin título) Parágrafo 14, Cuaderno 13. Edición Valentino Guerratana.
[9] Gramsci, Antonio. Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal.
[10] Luxemburgo, Rosa. La revolución rusa.
[11] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las luchas populares.
[12] Lenin. Sobre el Estado. Conferencia pronunciada en la Universidad Sverdlov, julio de 1919.
[13] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las clases dominantes.
[14] Marx, Karl. Estatutos generales de la asociación internacional de los trabajadores.
[15] Castro, Fidel. La historia me absolverá.
[16] Lenin. ¿Qué hacer? Capítulo 2, sección b.
[17] Mazzeo, Miguel. El sueño de una cosa: introducción al poder popular. Capítulo 2.
[18] Marx, Karl. Estatutos generales de la asociación internacional de los trabajadores.
[19] Marx, Karl. El capital.
[20] Lenin. El Estado y la revolución. La transición del capitalismo al comunismo.
[21] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado, los poderes, las luchas.
[22] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. El Estado y las clases dominantes.
[23] Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Sección “Reproducción de la fuerza de trabajo”.
[24] Marx, Karl; Engels, Friedrich. La ideología alemana. Sección 2, Sobre la producción de la conciencia.
[25] Gramsci, Antonio. Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal.
[26] Poulantzas, Nicos. Estado, poder y socialismo. Hacia un socialismo democrático.
[27] Jessob, Bob. ¿Narrando el futuro de la economía nacional y el estado nacional? Puntos a considerar acerca del replanteo de la regulación y la re-invención de la gobernanza.
[28] Cavarozzi, Marcelo. El capitalismo político tardío y su crisis en América Latina. Gómez, Juan Carlos; Escalante, Zulema. La conflictiva relación entre Estado, Mercado y sociedad civil en “Nuestra América”.
[29] Poulantzas, Nicos. El Estado y la transición al socialismo, entrevista de Henri Weber.
[30] Recabarren, Luis Emilio. Lo que puede hacer la municipalidad en manos del pueblo inteligente. Salazar, Gabriel. Luis Emilio Recabarren y el municipio popular en Chile, 1900-1925.
[31] Tapia, Luis. La coyuntura de la autonomía relativa del Estado.
[32] Ambrosio, Rodrigo. La conquista del poder
Licenciado en Psicología, Magister en Sociología. Autor del Libro "Estado, mercado y contienda política: el proceso de cambio en Bolivia: 2000-2014".
excelente articulo, muy denso, no es fácil de digerir en una pasada, pero aporta elementos claves para una formacion politica y aportes para la discusión, aunque creo que se puede dar la lucha también, aparte del poder popular, indispensable, desde instituciones del estado
Polémico artículo pero transparente dentro de la turbiedad estratégica que atormenta a la izquierda verdadera, la de clase proletaria y con perspectiva revolucionaria. La noción de “etapa de transición” siempre provocará inquietud y preocupación teóricas en ciertos círculos.
Supomgo que a estas alturas se habrá dado cuenta que el autonomismo chileno (Movimiento Autonomista) no es como lo describe en este artículo.